Introducción

Es un blog web que tiene como finalidad poner en el Internet resúmenes de diferentes tipos de libros INTERESANTES, con el objetivo de fomentar la lectura en personas que a veces no tienen tiempo para leer un libro de 300 o 400 páginas. Yo me voy a dar ese trabajo y les iré presentado en mi blog diferentes resúmenes que espero les agrade y puedan dejarme sus comentarios.


Resúmenes publicados hasta ahora:


El Último secreto de Da Vinci, Angeles y Demonios, Todas las Sangres, John F. Kennedy, Eisenhower, El Fin del Hombre, Miguel Grau, El Código Da Vinci, Abraham Lincoln, Moshe Dayan,Yaser Arafat y la OLP, El Dalai Lama, La vida privada de Stalin, Jorge el Hijo del Pueblo, Reinhard Heydrich: El Asesino de Hitler, Matalaché, Putin: El Elegido de Rusia, El Africanus y la Traición de Roma, Aníbal.


En estos resúmenes respetaremos totalmente el contenido del libro establecido por el autor, simplemente destacaremos lo más importante para conocimiento de nuestros lectores.


Si después de leer un resumen, les agradó el argumento, el tema, la trama del libro, etc. Lo pueden comprar en cualquier librería del mundo. Tenemos que entender que en un resumen de 10 páginas no vamos a poder poner todo el contenido de un libro de 300 o 400. Por ello de lo que se trata es de fomentar la lectura rápida, por eso el blog se llama "librofacil".


Ustedes amigos que lean lo escrito en este blog, pueden sugerir que libros les gustaría leer en forma resumida, el único requisito es que sea un buen libro. Yo me daré ese trabajo placentero de leer todo el libro y luego lo resumiré para ustedes en mi blog. De esta forma podremos interactuar y ser amigos. También encontrarán mi dirección electrónica donde podrán escribirme y darme sus comentarios y sugerencias.


lunes, 2 de diciembre de 2013

JORGE O EL HIJO DEL PUEBLO

JORGE O EL HIJO DEL PUEBLO
Autor: María Nieves Bustamante
Resumen: Víctor Fernández B

El SECRETO DE JORGE. 

Eran las siete de la mañana del 21 de abril de 1851

En una vieja casita de la calle Santa Teresa, vivía la familia de don Raymundo Flores, un artesano que tenía dos hijos; Jacinta la mayor y José y un sobrino nieto que era Jorge. Hay una revuelta en la ciudad y don Raymundo, es herido de muerte y en su casa pide hablar a solas con su hijo José. Le dijo: -Te voy a hacer depositario de un secreto- júrame que a nadie lo revelarás y que cumplirás lo que te voy a encargar.

-Lo juro-dijo José.

-Tú sabes que Jorge es hijo legítimo de Carmen, mi segunda hija.

-¿Legítimo?-interrumpió José admirado.

-Legítimo, sí-añadió el anciano.

-Pero el matrimonio de Carmen siempre debe ser un secreto. Yo lo ignoré hasta el día en que murió mi hija. Allí, hay papeles y una alhaja perteneciente a Jorge. Júrame que no se los darás, que nunca sabrá nada de lo que te he dicho, sino en caso de suma necesidad.

-Lo juro-volvió a decir José.

Don Raymundo Flores suspiró y dejó de existir. 

PRIMERA PARTE

LA TERTULIA DEL SEÑOR DE LATORRE 

Estamos en el año 1857, seis años después de los acontecimientos sucedidos. El General Vivanco conspiró contra Castilla, y Arequipa le proclamó Jefe Supremo el 1 de noviembre de 1857. El General Vivanco encabezará una expedición hacia Lima para destituir al General Castilla.

Es de noche y en la casa de Don Guillermo de la Torre se da un baile de despedida al General Vivanco. Doña Enriqueta de Latorre, hermana de don Guillermo hace los honores de la casa. Tiene 45 años, y viste de negro. A su lado está la bella hija de don Guillermo, niña de 18 primaveras. El Traje color de rosa, y el ahogador de perlas con cruz de brillantes realzan sus atractivos y en este momento baila con Alfredo Iriarte, un edecán del General Vivanco 

-¿Cuándo piensa partir Vuestra Excelencia? –preguntó Latorre.

-Dentro de cuatro días y si la fortuna nos es favorable, tendrá usted que ofrecer sus servicios a la patria en Lima.

La hija de Latorre, apoyada en el brazo del joven edecán escucha a Iriarte.

-No te aflijas -decía Iriarte- en cuanto sea nuestra la Capital, pido permiso al General Vivanco, y vengo a pedir tu mano, de rodillas si es preciso, entretanto, no digas nada a tu padre del sagrado compromiso que nos liga.

Iriarte, que acababa de dejar a la joven en su asiento, se aproximó al Jefe Supremo.

—Qué noche tan espléndida, Excelentísimo Señor me he creído transportado a nuestra Lima —continuo Iriarte- Arequipa está muy atrasada todavía; aquí no hay civilización. Las beatas se bastarían para hacer la revolución más sangrienta de la historia.

Casualmente, doña Enriqueta de Latorre, oyó al pasar la última parte del discurso de Iriarte, y herida en sus creencias religiosas no menos que en su amor propio de arequipeña le lanzó una mirada llena de indignación. 

UN INCIDENTE CON CONSECUENCIAS 

Doña Enriqueta de Latorre, en la noche que nos ocupa, justamente indignada contra Iriarte por las frases que sorprendió en su boca, quería castigarle, con el fin, pensó ella, de que no vuelva a esta casa. Iriarte se dirigió a Isabel

—Señorita, si me hace usted el honor- dijo ofreciéndole el brazo.

 Doña Enriqueta alzó la cara y fijando en Alfredo una mirada de soberano desprecio, dijo levantando la voz:

—Señor oficial; yo no permito que mi sobrina baile con un desconocido, que se presenta aquí sin más títulos que su audacia y la insensatez de sus ideas.

Iriarte se puso mortalmente pálido. El jefe supremo acudió en socorro de su edecán.

—Señora, tengo el honor de presentar a ustedes al Mayor Alfredo Iriarte, uno de mis mejores edecanes, e hijo de uno de mis más grandes amigos el General Iriarte Hurtado.

Doña Enriqueta se demudó. No había imaginado que aquel oficial fuese hijo del General del mismo nombre.

—Yo suplico a usted señor Iriarte, dé al olvido este desagradable incidente provocado por la ligereza de una señora que creyó heridos sus sentimientos religiosos —Si yo hubiera sabido quién era usted.

—Isabel, no tienes inconveniente para complacer al señor Iriarte.

—Daremos unas cuantas vueltas- dijo Iriarte.

Alfredo pudo percibir que era objeto de la conversación general. Se mordía los labios con reconcentrada ira. A las dos de la mañana terminó la tertulia, pero, Iriarte al retirarse, juró odio eterno a toda aquella familia.

—En público se me ha ofendido -dijo —en público me vengaré. 

ISABEL 

Tres días después de la última escena que hemos bosquejado, Isabel Latorre se hallaba sola y pensativa en su aposento, leía una carta de Iriarte, en ella le decía que la adoraba. El corazón de Isabel gemía oprimido por la angustia; porque amaba a Alfredo con toda su alma.

Dos meses después, Arequipa recibía al Jefe Supremo derrotado con algunos de sus adictos que habían salvado la vida. La expedición no pudo ser más desastrosa, en esta campaña pereció gran parte de la juventud arequipeña. Sin embargo, el pueblo en masa corría a recibir al Jefe Supremo.

El Sr. de Latorre montó un magnífico caballo y salió a alcanzar al General. 

ENTRE FAMILIA 

La situación cambia notablemente —dijo doña Enriqueta.

—No hay como el general Vivanco, es todo un caballero -

—Y el señor Iriarte siempre tan atento —añadió tímidamente, Isabel.

— ¡Oh! ese joven es una joya y según dicen, muy rico —dijo Latorre.

—Es un joven muy distinguido —agregó doña Enriqueta-Un matrimonio de esta clase sería el que conviniese a Isabel, Iriarte es un caballero, es rico, está en alta posición social y en buena escala para subir y figurar.

—Dios quiera que se realice tus deseos, hermana.

-Deja las cosas al tiempo ya verás —Temo que Isabel esté enferma del pecho —dijo doña Enriqueta- Sería bueno llevarla al campo.

_El doctor Vélez se va a Carmen Alto y sus hijas, Sofía y Elvira quieren ir con Isabel –dijo don Guillermo.

—Pues ya está salvada la dificultad. A pesar de su castillismo es una familia muy buena.

 

LA FAMILIA DEL DOCTOR FELIX PEÑA

 

El salón diario de la casa del doctor Félix Peña, estaba abierto e iluminado, pues eran las siete de la noche. El doctor Peña, médico de profesión, sin ser rico, poseía lo necesario para dar a su familia toda clase de comodidades. Su esposa doña Luisa, y dos hijas Hortensia y Mercedes alegraban el hogar. La noche que nos ocupa estaban conversando en el salón, cuando entró la criada a anunciarles que las señoritas Vélez estaban de visita.

Las dos jóvenes penetraron al salón, se saludaron efusivamente y les comunicaron que la siguiente semana se iban a su casa de Carmen alto en compañía de Isabel La Torre, una terrible vivanquista. 

UNA CADENA ROTA QUE PRODUCE VERTIGO 

—Ahora —dijo doña Enriqueta, —Isabel. Necesito que acomodes en un cofre todas las alhajas de la familia; hoy mismo voy a depositarlas en un convento por lo que pueda suceder.

Cecilia no tardó en llegar, trayendo varios estuches de joyas. Oro macizo, engastes de plata, diamantes tabla, perlas. A Isabel. Le llamó la atención un estuche grande, Quiso abrirlo y no pudo. En ese momento el señor Latorre, pedía permiso para entrar.

—Adelante, papá, llegas a tiempo, — dijo Isabel, deseo abrir este estuche y no puedo.

Latorre lo tomó en sus manos, sacó un corta-pluma, introdujo la acerada punta y saltó la tapa. Una hermosa cadena de oro, para reloj, pero qué lástima estaba cortada y faltaba la mitad.

Don Guillermo palideció súbitamente, perdió el equilibrio y se apoyó en la mesa para no caer.

— ¡Es una desgracia! —Exclamó Isabel — ¡hallar inutilizada una joya tan preciosa! — ¿Quién sería el temerario que la corto?

Latorre no respondió, miraba la cadena con cierto espanto.

— ¿Siempre ha estado así? —volvió a preguntar la joven.

—No —repuso sordamente don Guillermo.

— ¿Entonces?

—La otra parte se perdió.

— ¡Dios mío! ¿Qué tienes papá? -gritó la joven soltando la cadena y corriendo sostenerle, pues creyó que iba a caer.

—No es nada, hija mía; un ligero desvanecimiento, que ya pasó —repuso don Guillermo.

— ¿Te has resuelto ir a Carmen alto?

—Sí, querido papá, ya está preparado mi equipaje.

—Tanto mejor, estoy seguro que el cambio de clima hará mucho bien a tu salud. 

NOTICIAS IMPORTANTES 

Pedro, el ordenanza de Iriarte se trasladó a la “Picantería de la Regeneración”, donde comió y bebió en exceso. Un momento después, apenas podía tenerse de pie y la picantería quedó desierta. Media hora después entró Luis, amigo íntimo de Jorge, miró por todas partes, y distinguiendo a Pedro hizo un expresivo gesto.

—Válgame Dios —murmuró — ¡qué tal borrachera! —pero sino aprovecho de esta oportunidad para adquirir noticias más amplias de ese Iriarte, Jorge va a reñir conmigo.

En ese momento entró la picantera, sacó un vaso con agua y se la roció en la cara de Pedro. .

—Don Pedro —volvió a gritar doña Peta -levántese usted que han venido buscarle de la prefectura.

— ¿Cómo se llama usted? -preguntó Pedro casi despierto.

—Luis, un servidor suyo.

—Quiero tomar por usted _dijo Pedro.

Busco en sus bolsillos y no encontró dinero.

— Si mi Mayor viniera, tendría plata para gastar.

—Usted le conocerá mucho tiempo.

—Desde chiquito, me crie con él.

—Será muy rico.

—Sin un real; pero no le faltan pesos en el bolsillo; es muy generoso -dijo Pedro -yo sé todas sus cosas. Soy su brazo derecho.

— ¿Tiene familia?

—Sí, el General Iriarte Hurtado, su padre, un pobre viejo que aborrece a mi mayor.

—Pero creo que ahora se va a casar —dijo Luis mirando fijamente a Pedro.

—Oiga usted don Luis, le voy a decir un secreto, el Mayor se casó hace dos años en Lima—Yo le enseñaré “El Comercio” del día siguiente del matrimonio de mi Mayor.

—Hola don Pedro -dijo un soldado que apareció en la puerta —usted aquí emborrachándose, y yo buscándole por todas partes.

El soldado le tomó del brazo y se lo llevó casi arrastrando. 

SOBRE EL PUENTE 

No había caminado Luis dos cuadras cuando tropezó con Jorge que le aguardaba.

—Habla Luis, que estoy impaciente por saber noticias de Iriarte.

—El simpático Iriarte es casado.

—Entonces ese hombre es más infame de lo que creía, y se burla de la señorita Isabel, es necesario desenmascararle.

Jorge se puso pensativo.

—Veo, querido Jorge, que a tu tío le sobra razón —dijo Luis

-¿En qué? -preguntó Jorge.

—Que estás enamorado de la señorita Isabel.

— ¿Porque tomo interés por ella? —No, amigo mío, yo la amo como un hermano—dijo Jorge

Instantes después, los dos jóvenes se despedían. 

UNA CONSPIRACIÓN INFAME 

—Señor.

—Entra Pedro.

 Bajando la voz dijo con resolución.

_Voy a hablar claro, necesito que la familia Latorre, conspire y traicione a Vivanco, y como no lo hace, voy a encargarme de hacerlo en su nombre, para eso cuento contigo, con Braulio, Lorenzo y doña Andrea.

—Bien, señor.

—Debemos introducir armas en la casa donde está Isabel en Carmen Alto.

— ¿En la casa del castillista Vélez?

—Exactamente, — ¿Ya vas comprendiendo mi plan?

-Vete a buscar a Lorenzo, toma esto por lo pronto.

Iriarte sacó de su cartera una carta perfumada y finísima, la extendió sobre la mesa, tomó la pluma, y con admirable perfección imitó dos o tres renglones, después hizo la firma: Isabel de Latorre, comparó ambas, vio que no había diferencia alguna y sonrió satisfecho. 

LA FAMILIA VELEZ Y LOS PREPARATIVOS 

Sofía y Elvira Vélez habían perdido a su madre cuando aún eran muy niñas. El doctor Vélez, inofensivo partidario de Castilla, olvidaba la política por dedicarse a su familia.

Carlos García vio a Sofía y la amó; un año después pidió su mano al doctor Vélez, quien se la concedió gustoso. Elvira también tenía un admirador, el joven Juan Lisares. 

La familia Vélez huyendo de la ciudad, se había trasladado a Carmen Alto, llevando como invitada a Isabel Latorre. Todas las tardes llegaban a casa del doctor Vélez dos jinetes, eran Carlos y Juan.

Algunos días don Guillermo Latorre iba a ver a su hija. Luciano, amigo de Iriarte, visitaba también a la familia Vélez, pero no era bienvenido. Braulio amigo de Iriarte, había sido nombrado mayordomo de la hacienda de Carmen Alto, de propiedad de la familia Vélez.

Esa misma noche, el mayordomo Braulio salió sólo al camino, se sentó en una piedra y aguardó.

—Buenas noches, Braulio.

—Buenas noches, Pedro, ya me cansaba de esperarte. ¿Cuándo llevaremos a cabo la operación?

—Muy pronto. Pero dime: ¿Qué cantidad de armas hay en la casa?

—Veinticinco fusiles, doce pistolas, quinientos cartuchos, y un pequeño depósito de pólvora.

—Es bastante, toma esta carta para la señorita Isabel.

Pedro sacó del bolsillo una carta envuelta en un papel.

—Aquí tienes otra de ella —dijo Braulio. Se prepara un paseo.

-Magnífico, así quedaremos dueños del campo, y meteremos los fusiles bajo los muebles y por todas las salas.

Poco después los dos hombres penetraban como sombras en el oscuro patio de la casa del doctor Vélez. 

EL LISTON ROSA 

Pedro entró a la siguiente mañana al cuarto de Iriarte.

— ¿Y fuiste a Carmen alto?

—Sí, mi mayor; todo está listo. ¿Qué es esto?

—Un recibo de dinero por veinticinco fusiles comprados en Bolivia el mes pasado para el doctor Vélez. Con ello te presentas al General Vivanco, le dices que celoso por nuestra causa y teniendo sospechas de Vélez, por lo que oíste decir a uno de sus criados, te propusiste vigilar su casa de Carmen Alto, que has descubierto que allí se conspira, que te has puesto de acuerdo con el chileno que tiene de mayordomo, el cual ha sustraído del bolsillo del doctor Vélez este recibo.

—Después busca a doña Andrea— y dile que compre una cinta color de rosa, y que venga a verme.

Una hora después entraba doña Andrea a la oficina de Iriarte.

—Siempre estoy a sus órdenes don Alfredo, aquí está la cinta —dijo doña Andrea.

—Gracias señora necesitaba algo con que sujetar estas hermosas poesías. Ahora sólo me resta suplicar a usted que personalmente las lleve a Carmen Alto y lo deje debajo sus almohadas, para que lo encuentre cuando ya se haya recogido.

—Bien, señor.

—Me resta pedirle otro servicio.

-Hable usted, don Alfredo.

— ¿Me puede conseguir uno de esos listones color de rosa que llevaba el vestido de Isabel la noche que don Guillermo dio su tertulia al General Vivanco?

—No hay inconveniente –dijo doña Andrea y se despidió.

—Pedro _dijo a su ordenanza _tú acompañarás a la vieja a Carmen Alto, llevarás este paquete, y sólo se lo entregarás cuando entre a la casa.

—Sí, mi mayor.

—Vete ahora descansar.

Al día siguiente, doña Andrea, llegó a Carmen Alto y puso el paquete de comunicaciones debajo de las almohadas de Isabel. 

DONDE TERMINAN LOS PREPARATIVOS 

El mismo día, Alfredo Iriarte, se presentaba en casa de don Guillermo de Latorre para pedir la mano de su hija. Don Guillermo, aceptaba lleno de complacencia aquel enlace. Iriarte salió riendo y murmurando entre dientes:

—Que dulce es el placer de la venganza.

A las seis se presentó Pedro. Alfredo le llevó a su cuarto.

—Todo ha salido bien —dijo el ordenanza -Lo que conviene es apurarse. Las salas de la casa de Vélez están rociadas de armas, que muy bien pueden ser descubiertas.

— ¿Está preparado Braulio?

—Sí, el conducirá la tropa al cuarto de Vélez para que no pueda huir.

—Son las 6:30 _dijo Iriarte —a las siete está listo Vivanco, antes que salga de su habitación debes estar y hacer la denuncia en la forma que ya sabes. ¡Ah! Debes agregar que yo ignoro todo. Yo no debo faltar esta noche a la tertulia del Jefe Supremo; que me vea ahí Latorre con todo el aire de un hombre feliz.

Iriarte a las nueve de la noche se levantó de la mesa y salió a la calle.

—Mi mayor -dijo un hombre que lo había seguido.

—Pedro, iba en tu busca ¿Cómo te ha ido con el General?

—Muy bien; me obsequió una onza de oro y ahora mismo está preparando una fuerza de caballería para sorprender a Vélez.

—Supongo que estarás comisionado para guiar a la tropa.

-Si

—Haz que el paquete de comunicaciones, ellos mismos lo tomen del cuarto de Isabel. No te olvides del listón rosa. Esta noche no me busques más.

Iriarte y su ordenanza se alejaron. Después de algunos instantes, otro hombre brotó de la sombra, había escuchado todo. 

DONDE LUIS DESCUBRE EL PLAN 

Luís acaba de descubrir la intriga de Iriarte en las pocas palabras que había oído; buscó a Jorge de inmediato.

_ ¡Ay! Jorge, esta noche he sorprendido una horrible trama urdida por Iriarte y Pedro en contra de la señorita Isabel.

—Te escucho.

-Pedro ha denunciado al Jefe Supremo no sé qué conspiración de Vélez; que a la señorita Isabel le han hecho depositaria de un paquete de comunicaciones atado con su listón rosa,  y que esta noche una fuerza de caballería guiada por Pedro, asaltará la casa, y sabe Dios lo que sucederá.

Jorge, sin despegar los labios abrió la puerta y salió precipitadamente. 

LA FAMILIA VELEZ 

Retrocedamos algunas horas. Mientras Iriarte daba a su ordenanza las últimas instrucciones, y la fuerza se alistaba para el asalto en Carmen Alto, la familia, reunida en la sala principal se entretenía a en jugar rocambor. El reloj de péndulo dio la una de la noche. Entonces, los jugadores se levantaron de la mesa y se retiraron a sus habitaciones. Sin embargo, no todos dormían. El mayordomo llegó a la puerta principal, la abrió con precaución y salió.

Isabel se arrodilló y rezó, después levantó los almohadones de su cama para arreglarla, y se sorprendió al descubrir bajo uno de ellos un paquete de papeles muy bien acondicionado. Lo primero que vio, con sorpresa, fue el listón de su vestido. Isabel dio varias vueltas al lio entre sus manos, resbaló uno de los papeles; parecía una carta, la abrió, la letra era de ella misma y decía que su padre sería ministro de hacienda de castilla y el Dr. Vélez agradecía el dinero para comprar armas.

¿Era cierto lo que leía? ¿Ella había escrito esto? Ni en sueños; pero esa era su letra, su firma entera, su rúbrica. Más abajo había algunas líneas escritas por su padre,   decía que nada podía esperar de Vivanco. 

EL ASALTO 

Isabel no sabía lo que le pasaba. Cerró los ojos; pero un ruido espantoso llegó a sus oídos en ese momento, el galope de varios caballos que entraron impetuosamente en el patio de la casa, luego ruido de armas, carreras por los corredores, voces, gritos, todo unísono y atronador.

Isabel se puso de pie con el terror pintado en el semblante. Torrentes de humo penetraron en la habitación.

—Misericordia —murmuró Isabel.

De improviso, la ventana de su cuarto se abre con violencia, y un hombre se lanza dentro.

—Señorita, huyamos de aquí —exclama el hombre con mezcla de súplica y resolución.

—Soy Jorge, el pintor, está usted en gran peligro y vengo a salvarla.

— ¡Ah! Jorge: huyamos —exclamó Isabel, recuperando sus fuerzas.

— ¿Confía usted de mí?

—Sí, sí.

Jorge cogió el paquete, levantó los papeles sueltos, los guardo con precipitación en los bolsillos y saltó por la ventana, Isabel le siguió.

El doctor Vélez, en calzoncillos, yacía en el centro de uno de los patios rodeado de guardias brutales, que ha culatazos habían impuesto silencio a sus protestas de inocencia, contemplando con sorpresa las cantidad de armas extraídas de sus propias habitaciones.

Sofía y Elvira, lloraban con desesperación. Poco después, el doctor Vélez era conducido a la ciudad, escoltado por el oficial y toda la fuerza de su mando, que llevaba las armas y municiones salvadas del incendio. 

UN DIA TERRIBLE 

La familia de Latorre, reposaba tranquila en su casa de la ciudad. Cecilia salió a la calle y se entera del asalto a Carmen Alto.­­

_ ¿Quién toca la puerta así?

—Yo, señora —Vengo a avisarle que anoche han asaltado la casa del señor Vélez, en Carmen Alto, han encontrado armas y se ha incendiado toda la casa —dijo Cecilia.

— ¿Isabel?

—Nada se sabe de la señorita—

Don Guillermo partió a escape.

Transcurrieron las horas y regresó sólo, Isabel no aparecía.

Don Guillermo, se arrojó sobre una silla y se puso a llorar como un niño. De pronto, Cecilia se aproximó la puerta y dijo:

—Señor, ha venido el señor Iriarte.

Latorre le estrechó la mano con fuerza.

—y dijo: —Hasta ahora ignoro el paradero de Isabel.

— ¡Vive Dios! que la buscaré y he de hallarla viva o muerta, es mi prometida esposa.

Cuando estuvo en la calle se le aproximó Pedro.

— ¿Has averiguado algo?

—Sí, mi mayor; un peón vio saltar por la ventana a la señorita en compañía de un hombre. 

A TRAVES DE LAS CHACRAS 

Retrocedamos para encontrar a los fugitivos.

Jorge cogió de la mano a la joven, y casi a la carrera la hizo alejarse de la casa.

Mientras tanto, la aurora iba avanzando.

Nuestros fugitivos habían caminado tres horas.

— ¿No es cierto, Jorge, que es muy extraño cuanto me sucede?

—Verdaderamente, señorita.

— ¿Podría usted decirme cómo ha tenido usted conocimiento de mi situación, o quién le avisó para que viniera tan a tiempo en mi socorro?

—Hable usted, por Dios, Jorge—Le suplico, que aclare este enigma.

—Lo haré, señorita, pero antes dígame— ¿Cómo llegó este paquete a sus manos?

—Lo hallé en mi cuarto.

—Sí, un tal Pedro, un soldado, ha sido el principal actor de esta intriga —dijo con sencillez Jorge.

—El ordenanza de Iriarte—exclamó Isabel.

—Anoche un amigo mío, recogió de su boca los datos más precisos para mí; la hora del asalto, la terrible importancia del paquete atado con el listón color de rosa.

— ¡Dios mío!

—Gracias a este buen amigo, pude llegar a tiempo para evitar una catástrofe.

—Pero, ¿quién daba esas órdenes infames?

—Iriarte Srta. Que además está casado en Lima.

La desgraciada joven rompió a llorar. 

CONFIDENCIAS INTIMAS 

El sol descendía a sepultarse en el ocaso, cuando Jorge e Isabel se detuvieron en una chacra de Yanahuara.

—Hemos llegado -dijo Jorge-; pero debemos aguardar que oscurezca, para entrar al pueblo.

Isabel tomó asiento en un elevado bordo tapizado de musgo.

— ¿Está usted preocupado Jorge?

—Hace pocas horas me decía usted que ignoraba quién fuese yo. Ahora le voy a contar, cuando yo nací por motivos que aún no conozco, mi madre se había alejado de su familia. Hasta que un día, la hermana mayor de mi madre vino a buscarnos. Mi tía Jacinta era casada y vivía aquí, en Yanahuara, donde vamos a ir. Transcurrido un año. Un día se presentó un caballero en busca de un ama de leche, mi madre aceptó y aquel mismo día quedamos instalados en casa de la señora Velarde. Los albores de la razón me sorprendieron junto a la cuna de una niña. Elenita; yo sentado en el suelo, la mecía para que no despertase. —La familia del señor Velarde –prosiguió- la formaban don Fernando, su esposa Emilia, un niño llamado Enrique y Elena; Ellos me trataban como a hermano y yo les daba el mismo nombre. Elena se hallaba conmigo y yo la quería con todas las fuerzas de mi corazón.

Tenía nueve años de edad cuando mi madre enfermó gravemente. Mi madre envió por su padre. Mi madre y el anciano hablaron sin testigos más de una hora. Mi madre me dijo llorando:

-Jorge este es mi padre y tu abuelo, abrázale.

Hasta ese momento solo había conocido a mi tía Jacinta. Aquel día, también conocí a mi tío José. Al día siguiente después de recibir los santos sacramentos, mi madre murió en mis brazos. Jorge calló.

—No obstante mi corta edad -continuó Jorge —comprendí que me quedaba solo en el mundo, pero Elenita vino a consolarme

—Mi querida Helénica —le dije — siempre te he querido; pero desde hoy te quiero mucho más.

—Y yo también te quiero —dijo Elena.

—Todo siguió igual por algún tiempo. Desde muy niño los ratos de ocio los había dedicado a pintar flores y animales.

—Continúe usted —dijo Isabel.

—Redoble mi aplicación al estudio y comencé a ganar dinero con mi trabajo —Elena, Iba a cumplir 14 años, y era bella como mis ilusiones. No sé por qué al mirarla sentía una turbación inexplicable. También ella se volvía tímida y reservada. ¿Que nos sucedía? Yo lo ignoraba.

—Un día —continuo —la familia recibe una carta de Lima, donde informan que don Fernando; padre de Elena; se moría. Doña Emilia decidió viajar a Lima con sus dos hijos. 

EL CORAZON DE JORGE 

Jorge hizo una pausa.

—Era una tarde como esta -dijo Jorge-. Nunca Elena me había parecido más bella. Yo me acerqué temblando y pregunte:

— ¿Qué haces aquí tan pensativa?

-Y tu ¿Qué tienes que estás tan pálido?

-¿No adivinas los suplicios que martirizan mi corazón? ¡Te amo!, Elena, con toda mi alma.

—Yo también Jorge te amo. Si, te amo Jorge —repitió Elena —pero nunca seré tu esposa.

-Adiós Jorge, no olvides a la amiga de tu infancia.

Yo tomé su linda mano y la llené de besos.

—Al día siguiente al amanecer partió la familia. Una última mirada fue nuestra suprema despedida.

Jorge quedó sumergido en profunda meditación.

Isabel se atrevió a preguntar si no había tenido noticias posteriores de Elena y su familia. El joven respondió que dos meses después de la partida había recibido carta enlutada de Enrique, en que le comunicaba la muerte de su padre, y que desde hace 6 años no sabía nada de la familia de Elena.

Mientras tanto el sol había declinado. Un momento después llamaban a la puerta de la casita de su tía.

Al día siguiente Isabel se despertó tarde. Concluido el almuerzo, Rosa informó que había llegado Jorge y deseaba saludar a la señorita.

—Creo señorita, que ayer le ofrecí presentarle un amigo, —Presentó a usted, a Luis Vargas.

—Mucho tengo que agradecerle —dijo Isabel — ¿tendría usted la bondad de decirme, si conoce a las personas que anteanoche sorprendió hablando del asalto a la casa del señor Vélez?

—Si —dijo Luis con firmeza.

— ¿Quiénes eran?

—Pedro y el Mayor Iriarte.

Isabel se puso mortalmente pálida.

— ¡Cuantas gracias doy la divina Providencia que en ustedes, me puso dos ángeles de guarda!

Eran las cuatro de la tarde, cuando Isabel se dispuso a salir, Rosa y Jacinta se ofrecieron a acompañarla hasta su casa. 

LA RECONPENSA 

La tarde que nos ocupa, Iriarte bastante contrariado, se paseaba sobre el puente viejo, cuando distinguió un grupo de mujeres que se aproximaba. De súbito, su semblante se demudó; acababa de reconocer a Isabel en medio del grupo que venía.

—Señorita —exclamó Iriarte con la maestría de un consumado actor — ¡Al fin! ¡Santos cielos! La emoción, la alegría ahogan la voz en mi garganta. Hemos sufrido tanto.

Isabel estaba perpleja. ¿Era posible fingir tanto? ¿Podría llevarse tan lejos el cinismo?

—Cuánto siento haber sido causa de tantos sufrimientos, yo no sé cómo agradecerle.

—De todo me hallo plenamente recompensado en este momento en que puedo contemplar otra vez es el bello semblante y escuchar esas dulces frases. —Permita usted, que vaya a preparar el ánimo de su papá, a quien una impresión demasiado fuerte en estas circunstancias podría ser fatal.

—Sí, sí, vaya usted, Iriarte.

Este partió como una flecha.

 Ya en la casa reunió a Doña Enriqueta y a don Guillermo y les dijo:

—He tenido la inmensa fortuna de hallarla –dijo Iriarte.

Cecilia lanzó un grito de gozo.

—Gracias, Dios mío gracias —exclamó don Guillermo.

—Nuestras diligencias —dijo Iriarte- no podían menos que dar un resultado satisfactorio, no se ha omitido medios ni sacrificios hasta dar con ella.

— ¿Con qué le corresponderemos? —dijo doña Enriqueta llorando.

Don Guillermo se levantó y estrechó entre sus brazos a Iriarte.

Doña Enriqueta dijo:

—Lo cierto es, que después de Dios, a Iriarte debemos el pronto regreso de Isabel.

En ese momento se sintieron pasos. Isabel corrió hacia su padre, quien se lanzó a recibirla con los brazos abiertos, exclamando:

— ¡Hija mía!

Las lágrimas del padre y de la niña corrieron, mezclándose. Rosa y Jacinta lloraban también. Entretanto Iriarte examinaba atentamente a Jorge, ¿sería éste el hombre que salvó a Isabel?

Jorge, al notar a Iriarte, sintió odio, repugnancia y desprecio. El Mayor leyó todo esto en los ojos del joven, adivinó que todo lo sabía, alzó de nuevo los ojos para enviarle un rayo de odio.

Isabel, volviéndose su padre y señalando su joven amigo, dijo:

—Jorge es mi salvador, padre mío, le debo más que la vida.

Don Guillermo, corrió a estrechar la mano de Jorge.

—Las palabras de mi hija obligan mi gratitud y no sé cómo recompensarle —dijo Latorre.

—Rosa y Jacinta han sido mis protectoras —prosiguió Isabel.

Doña Enriqueta, propuso pasar al salón y todos entraron, excepto Jorge y su familia a quienes no invitaron. El Sr. Latorre dejó a su hija en el sofá y volviéndose a Iriarte, dijo:

—Aproxímese usted, hijo mío, quiero darle el premio que merece quien me ha devuelto lo que más amo en la vida.

—Isabel, hija mía —prosiguió don Guillermo —digno es Iriarte de ser tu esposo.

—Todo lo sabe tu papá —se apresuró a decir Iriarte —he cumplido mi palabra de pedir tu mano. 

—Y se la he concedido, hija mía, porque es digno de ti, porque tú le amas y para recompensar sus buenas acciones.

Isabel había perdido el color.

— ¿Qué es eso, que tienes? —preguntó alarmado don Guillermo.

—Es un vahído -repuso Isabel con voz desfallecida.

—Señorita —dijo Cecilia entrando con un paquete de papeles atados con un listón rosa, en la mano —el señor Jorge me ha encargado le entregue a usted esto.

—Papá —dijo Isabel, recobrando sus fuerzas —toma esos papeles y guárdalos, porque nos interesan demasiado. 

PRINCIPIO DE UNA HISTORIA 

El Doctor Félix Peña recibe una carta de Lima de Enrique Velarde, hermano de Elena, quien le informa que viajará a vivir en Arequipa con su hermana por motivos de salud, le ruega alquilar una casa y guardar en secreto el matrimonio de Elena con Iriarte.

Hortensia narra a su hermana la siguiente historia.

—Como tú sabes, cuando llegamos a Lima, mi papá alquiló un departamento. Y por casualidad tuvimos como vecina a Elena Velarde, muy linda, pero su madre estaba muy enferma con tisis en último grado y económicamente estaban en la ruina. Las visitaba un joven de buena presencia llamado Alfredo Iriarte que pretendía casarse con Elena. La mamá de Elena acepta el matrimonio por salir de la ruina económica y se casan. Pero en plena ceremonia aparece la policía y se llevan preso a Iriarte y lo deportan a Chile. Iriarte nunca más se acordó de Elena.

—La señora se agravó, le restaban pocos días de vida.

-Por fin llegó Enrique. Los dos hermanos recibieron las bendiciones maternales, y la señora expiró. Elena se puso muy mal, pero se le salvó, quedó dañada del pecho y del pulmón. 

SEGUNDA PARTE 

DONDE LUCIANO OYE REFERIR UN EPISODIO DE SU VIDA 

Sorprendemos una conversación entre Luciano, amigo de Iriarte y Carlos, novio de Sofía.  

—A propósito -¿Sabías que la hija de don Guillermo de Latorre se casa con Alfredo Iriarte?

—Buen farsante —dijo Carlos.

— ¿Por qué te expresas así de un joven tan bien recibido en la sociedad?

—Porque tengo muy presente la infame intriga de su falso matrimonio en Lima.

Luciano se demudó.

— ¿Cómo, tú sabías?

—No he olvidado los pormenores de aquella farsa.  Tendrás presente —dijo Carlos —que el principio de nuestra amistad tuvo lugar en Lima, casi fuimos hermanos.

—Sí, todo eso lo recuerdo muy bien.

—Un día después de almorzar llegó un criado que venía de Lima y te entregó una carta, la leíste y Luego le preguntaste al criado, Pedro ¿has traído caballo? Como el criado te dijo que si, tomaste el sombrero y saliste sin decirme nada. En tu aturdimiento olvidaste guardar la carta.

— ¿Y tú la recogiste?

—Has acertado. —La leí y como estaba dirigida a ti, firmada por Iriarte. La guardé. 

— ¿Y la conservas?

—No te lo puedo asegurar —dijo Carlos. 

LA PEQUEÑA CASITA. 

Era una mañana de septiembre.

Enrique y su hermana Elena ya vivían en Arequipa junto a la casa del Dr. Peña, Ella parecía contar 20 años de edad, y era muy hermosa.

— ¿Te sientes mejor? —Preguntó Enrique. Pero aquí viene  

el doctor Peña.

— ¿Cómo sigue la enferma?

—Buena ya, doctor.

—No tanto, no tanto —dijo el doctor observando el pulso con detención.

Luego Enrique acompañó al doctor hasta la puerta y le pregunto en reserva.

— ¿Cómo encuentra Ud. a mi hermana?—Mejor, la tisis no avanza, acaso pudiera ser curada.

— ¡Oh! Gracias doctor —dijo Enrique. 

REMORDIMIENTOS 

Varios meses han transcurrido desde la tarde en que Jorge llevó a Isabel a casa de su padre. Las violentas impresiones que ésta ha experimentado, la han postrado en cama.

La fiebre más ardiente se apoderó de ella. Don Guillermo, sentado en un sillón controla sus pulsaciones.

Entonces una mano misteriosa descorrió el velo del pasado. Se vio joven. Don Guillermo en una huerta de manzanas en Yanahuara conoce a Carmen, niña hermosa de 16 años. Don Guillermo se enamora y para poderla hacer suya le ofrece matrimonio y ella acepta casarse en secreto. El párroco de Yanahuara celebró el matrimonio. Pasaron dos meses ocultos llenos de pasión y comienza a llegar el cansancio. Don Guillermo no podía continuar así y decide escapar a Europa con la ayuda de su familia que no sabía nada del matrimonio, pero Carmen le reclama porque ya estaba embarazada. Don Guillermo le da la mitad de una cadena de oro como contraseña y le firma un documento donde reconoce que Carmen es su esposa legítima y que el hijo que está por llegar es suyo. Al día siguiente partió. Cuatro años permaneció en Europa, dos en la República Argentina; después pasó a Lima donde permaneció algunos meses; en seguida su padre lo llamó Arequipa. Para que contrajese matrimonio con la señorita Isabel Cádiz Rodrigo, que a su belleza, se unía la cualidad de ser única heredera de cien mil pesos fuertes. Guillermo la vio y la amó, y como fuese correspondido, en menos de tres meses se celebró la boda. Los novios partieron a Lima. Al año siguiente regresaron, y tuvo lugar el nacimiento de Isabel.

Entonces Carmen se dio cuenta de toda la magnitud del delito cometido por Guillermo, se vio impotente para acreditar los legítimos derechos de su hijo, no pudo resistir el golpe tan terrible y sucumbió, transmitiendo su secreto y su juramento a su anciano padre.

 Mientras tanto, Latorre aparecía tan feliz como un hombre honrado y rico. 

UN COMPROMISO INELUDUBLE 

Jorge estaba en su cuarto y tocaron la puerta. Era Enrique, el hermano de Elena, se abrazaron efusivamente y luego le informa que él y su hermana estaban ya cuatro meses viviendo en Arequipa.

—Vengo a pedirte un favor _dijo Enrique —Quiero que retrates a mi hermana.

 _El sufrimiento físico acabará por marchitar su belleza, antes que eso suceda quiero que la retrates — ¿Ya ves? —No debemos perder un día.

Jorge comprendió que algo debía decir.

—Tienes razón, no se debe perder tiempo.

—Entonces con tu permiso voy hacer llevar este caballete a casa. ¿A qué hora puedes ir mañana?

—A la una —respondió Jorge.

Cuando Jorge quedó solo se oprimió las sienes con ambas manos.

— ¡Ver a Elena! —Dijo — ¡Verla mañana! ¡Retratarla yo mismo! ¡Señor, ten piedad de mí!

Enrique entró en la habitación de Elena que estaba acompañada por Hortensia.

—A que no adivinan porque he traído este aparato. Esta prenda pertenece a un amigo mío y tuyo. ¿Tienes tan poca memoria que has olvidado al eximio artista de 15 años, a tu hermano de leche?

—No, no lo he olvidado.

—He quedado en ir a traerle mañana a la una del día, viene a retratarte.

— ¿A mí? —Exclamó Elena, estoy enferma —añadió para justificar su negativa.

—Justamente, aprovechando de tu casi completo restablecimiento es que deseo hacerte retratar.

—Sea-repuso Elena con la resignación de los mártires. 

DONDE LOS ESPECTADORES NO SE APERCIBEN DEL DRAMA 

Elena se levantó temprano al día siguiente. Jorge iba a verla después de siete años de ausencia. En vano trataba de sujetar los latidos de su corazón.

En este momento se sintieron pasos. Jorge y Enrique aparecieron en la puerta principal. Elena lo miró y vio al mismo bello Jorge de su infancia, con la sola diferencia de ser ahora un joven en toda la plenitud de su vida.

—Aquí tienes a Elena —dijo Enrique—da comienzo a tu obra, Jorge.

Por algún tiempo un profundo silencio reinó en la habitación. Jorge comenzó su trabajo.

—Son las 2:30. Déjalo, Jorge, para mañana; Elena necesita descansar.

Mañana estaré aquí a la misma hora. 

LA ENTREVISTA 

Isabel cita a Jorge a su casa para aclarar algunas dudas.

—Cuánto le agradezco el que haya venido -dijo la joven con dulzura.

—Me inspira usted una confianza ilimitada; más que un amigo veo en usted un hermano.

Éste es el favor que solicito de usted Jorge, que me descubra toda la verdad.

—Dígame usted ¿qué compromiso le liga a Iriarte con otra?

—Repito lo que le dije: Alfredo Iriarte es casado.

Y además es el autor de toda esta farsa, el redactor y falsificador de esas cartas comprometedoras, el calumniador de la familia Vélez, el introductor de las armas que allí aparecieron, no es otro que Alfredo Iriarte.

Isabel hizo un movimiento de espanto.

—Dios dispone que los malvados dejen siempre huellas de sus crímenes —continuó el Jorge —por eso vino a mis manos el pliego de instrucciones escritas que Iriarte dio a su cómplice.

—Démela usted, démela usted.

—No la tengo aquí. Ella servirá a su debido tiempo

Isabel abandonó el jardín se dirigió al estudio de su padre.

—Papá, soy muy desgraciada. ¡Alfredo es un infame! 

VOZ DE LA CONCIENCIA 

Sin que Isabel lo sospechara, don Guillermo de Latorre había asistido a su entrevista con Jorge, oculto entre las ramas. En sus oídos zumbaron las tremendas revelaciones de Jorge.

Cuando la entrevista tocó a su fin, don Guillermo abandonó su observatorio, entró en su cuarto y se dejó caer en una silla. Minutos después entraba Isabel y se arrojaba llorando en sus brazos. Don Guillermo la estrechó contra su pecho, sintiendo que se le desgarraba el corazón. 

 SEGUNDA ENTREVISTA 

Jorge vuelve a ser citado por Isabel.

—Gracias por venir Jorge.

—Aquí está el documento que me pidió usted.

—Esta es la prueba de una parte de los delitos de Iriarte.

— ¿Ha referido usted esto al señor Latorre?

—Todo Jorge, todo. Tiene plena fe en sus palabras, y está resuelto a despedir a Iriarte.

-Al fin.

—Ahora Jorge lo veo muy triste, — ¿No merezco su confianza?

_Claro que sí_ dijo Jorge.

—Usted recordará la historia de aquella niña que fue mi ilusión primera.

—Siempre la tengo en mi memoria.

—Pues bien, Elena está muy cerca de mí —huérfana y atacada de cruel enfermedad, ha venido a Arequipa en busca de la vida, —exclamó con desesperado acento el pintor.

_ ¿Pero no hay esperanza?

_Está muy delicada — Y la amo más que nunca. 

En este instante, Isabel lanzó un pequeño grito: porque abriéndose las ramas de la izquierda, dieron paso a un hombre que de pronto no pudo reconocer y que, agitado y con un envoltorio en la mano, se detuvo ante ella.

— ¡Infelices! —Son hermanos, aquí están las pruebas. —abre este paquete y verás que tú eres Jorge de Latorre, hijo primero y legítimo de don Guillermo de Latorre y hermano de esta señorita a quien acabas de decir que amas.

Jorge arrebató de manos de su tío el paquete y al abrirlo cayó al suelo un objeto pesado y brillante que Isabel se apresuró a recoger.

—El complemento de la cadena de mi papá, exclamó.

—Y la constancia de que le pertenece, y la copia certificada de su partida de matrimonio con mi hermana Carmen, y la del bautismo de Jorge, —dijo el artesano.

—Luego es cierto —exclamó Isabel en un transporte de gozo.

—Son hermanos; lo juro por mi padre, por tu madre, por Dios que lo escucha, —dijo con acento enérgico el artesano.

—Jorge hermano mío.

—Isabel, querida hermana de mi alma.

Ambos jóvenes se arrojaron el uno en brazos del otro.  De pronto, saliendo de entre los jazmines, apareció el señor Latorre, pálido, demacrado, y convulso.

—Papá, ya no soy tan desgraciada. ¡Jorge es mi hermano! Latorre, sin fuerzas para luchar con el impulso de la naturaleza, los estrechó contra su pecho diciendo de un modo indescriptible:

— ¡Hijos míos! —Estos papeles, -dijo don Guillermo mirando a Jorge -te pertenecen, así como mi amor, mi nombre, y mi fortuna.

—Con tu cariño y el de mi hermana, me bastan -repuso Jorge -abrazando de nuevo a don Guillermo, que cada vez más conmovido, le estrechó con fuerza.

—Dios le bendiga, señor, — dijo José quitándose el sombrero y profundamente afectado.

En ese momento entró doña Enriqueta y dijo:

—Isabel, aquí está Iriarte que desea verte.

Isabel se dirigió a abrir personalmente la puerta. 

CUANDO SE ROMPE UN CORAZON 

Jorge se encerró en su cuarto, procurando ordenar sus ideas y cerciorarse de que no era sueño lo que sucedía. ¡Hijo legítimo de don Guillermo de Latorre! ¡Hermano de Isabel! ¡Inmensamente rico! ¿Era creíble? Latorre acababa de llamarle su hijo, y de proclamarle el dueño de su apellido y de su fortuna. Entre sus manos tenía todos los documentos necesarios para hacer valer sus derechos.

Luego visita la casa de Elena y frente a ella dijo:

—Elena, Elena mía, vuelve en ti y dime que me amas.

Hortensia, que acababa de entrar y que a espaldas de Jorge había escuchado el final de su delirio, le dijo:

_Váyase Jorge váyase, Elena es la desventurada esposa de Alfredo Iriarte.

Jorge retrocedió dos pasos, miró a Hortensia de un modo extraño y dijo:

—Mentira, mentira.

—Joven ningún interés tengo en engañarle; lo que acabo de decirle es por desgracia cierto, y nada me será más fácil que probárselo.

El joven pintor cogiendo maquinalmente el sombrero se encaminó a la puerta. Caminaba sin saber cómo, su cabeza daba vueltas. Perdió la luz de sus ojos y cayó exánime sobre la vereda de la calle. Alguien pasó y dijo que estaba borracho. 

IRIARTE ES DESCUBIERTO 

Don Guillermo de Latorre presa de la mayor agitación había escuchado toda la conversación de sus dos hijos. —Adelante, hija mía —dijo.

La joven entró.

— ¡Dios mío! ¿Estás enfermo, papá?

—Tú comprendes, hija mía, que después de lo que ha sucedido.

—Sí, tienes razón, yo también estoy sumamente impresionada. ¡Jorge, mi hermano! ¡A veces lo creo un sueño! Mi hermano Jorge es el ángel protector que Dios me envía. Lee este documento y verás en qué abismo hubiera caído. Latorre tomó el papel que le presentaba Isabel y leyó: era el documento de instrucciones que escribió Iriarte para el complot de Carmen Alto.

— ¿Qué se ha propuesto este miserable? —Exclamó, lleno de ira, don Guillermo.

—Te suplico, papá que evitemos un escándalo; Hace un instante he apurado todo un cáliz de amargura al ver a Iriarte y le he dicho claramente que he desistido de nuestro enlace. He dado el primer paso para despedirlo, te toca ahora apoyarme.

En ese momento entró bruscamente doña Enriqueta.

— ¿Has visto la insolencia? —Dijo, dirigiéndose a su hermano —acaban de notificar que desocupemos la casa para construir una trinchera.

—Olvidé decirte que ya tenemos casa donde trasladarnos, frente al doctor Peña.

—Pues hoy mismo que principien a trasladarlo todo. 

LUZ DE LA ETERNIDAD 

Hacia la mitad del día siguiente, Fray Antonio Robles llegaba junto con Enrique a la casa de Elena.

La fiebre había sido cortada. Y estaba en el pleno uso de sus facultades. Toda la familia del doctor peña la rodeaba.

— ¡Padre mío!

— ¡Hija mía!

—Pida usted a Dios, padre mío, que me dé paz y descanso; pida usted también por la felicidad de Jorge.

Todos se miraron.

—Enrique, te dije que le busques y le digas que me olvide —agregó Elena con indefinible amargura.

— No se puede —dijo con gravedad Fray Antonio.

— ¿Por qué?— Preguntó.

—Porque Jorge Latorre ha muerto. Sí, hija mía—respondió doña Luisa con resolución — Jorge de Latorre ha muerto.

Sucedió un silencio imponente. La intensa mirada de Elena fue perdiendo poco a poco su fuerza hasta que se veló y entornó los párpados.

—Abordemos, hija mía, las disposiciones del cielo.

Como si se hubiera quitado el dique de las lágrimas todos rompieron a llorar inconteniblemente.

Media hora después recibía la absolución sacramental de manos del religioso. 

EL DR. PEÑA LEE A LATORRE UN SUELTO DE EL COMERCIO 

En la noche de este día doña Luisa, Mercedes y el doctor Peña reunidos en el salón de su casa comentaban los acontecimientos acaecidos, cuando tocaron la puerta. El doctor abrió y se encontró con su nuevo vecino. Don Guillermo Latorre, manifestó que venía a ofrecer sus servicios si para algo lo consideraban útiles.

Doña Luisa expuso el pesar que tenían por la prematura muerte de Elena Velarde

— ¿No hay pues esperanza de salvarla?—preguntó.

—Está al final del último periodo de la tisis.

Latorre parecía dominado por una idea fija.

—Usted Doctor que ha realizado muchos viajes a la capital, quizá conoció en Lima a la familia Iriarte.

—Al único Iriarte que he conocido es Alfredo.

—Félix y Hortensia son sus padrinos de matrimonio –dijo doña Luisa.

— ¿Es casado ese joven? —preguntó don Guillermo.

—Casado con la infeliz Helena _repuso el doctor peña con natural aplomo.

— ¿Elena Velarde?

—Es la infortunada esposa de Iriarte.

Don Guillermo hizo un movimiento de sorpresa.

—Iriarte fue aprehendido la misma noche de las bodas y desterrado a Chile, no volvió a acordarse de su esposa ni con una carta. Mercedes, hija mía, tú debes conservar el número del “Comercio” que se ocupa de este hecho.

—Si papá.

Mercedes volvió trayendo un periódico bastante ajado que entregó a su padre. El Comercio narraba la detención de Alfredo Iriarte en plena boda y su destierro a Chile.

Terminada la lectura el doctor peña pasó el periódico, a Latorre diciéndole:

—Sí, usted gusta puede llevarlo.

—Lo admito, deseo que mi familia se imponga de este suelto — ¡Cuánto engañan las apariencias, amigo mío!

Don Guillermo no prolongó más allá; de algunos minutos su visita y se despidió renovando sus ofrecimientos. 

UNA BOMBA QUE HACE EXPLOSION 

Volvamos donde la familia Vélez. El padre continuaba preso. Doña Constanza y sus dos hijas estaban en el salón cuando entraron Luciano e Iriarte. Luciano comenzó a cortejar a Sofía en forma inapropiada e insultante. En estos momentos apareció Carlos el novio de Sofía, ella lanzó un grito de gozo e involuntariamente rompió a llorar. Doña Constanza preguntó

— ¿Qué es lo que pasa aquí?

—Lo que pasa señora es —dijo Carlos con terrible calma – ¡Que estos dos miserables! se han atrevido a insultar a las señoritas.

— ¡Silencio! Gritó doña Constanza —salid de aquí.

—Si —dijo Carlos —pero antes demostraré quiénes son estos señores. Pido venia a la señora para leer unas cuantas líneas. Y leyó una carta que Iriarte le envía a Luciano donde le pide que se disfrace de cura para celebrar un matrimonio con La Srta. Elena Velarde en Lima.

—Qué horror —exclamaron al unísono las tres mujeres.

—Un momento Carlos -dijo Sofía, — ¿tienes inconveniente en prestarme por algunas horas esa carta?

—Ninguno.

Una vez que Sofía estuvo sola en su dormitorio, dijo lo siguiente:

-No quiero ser cómplice con mi silencio de la desgracia de Isabel; que conozca bien a su novio y después que decida.

Mientras todo esto tenía lugar, don Guillermo de vuelta a su casa llamó a su hija y la puso al corriente de todo. Latorre acordó con su hija escribir a Iriarte una carta terminando el compromiso de matrimonio. 

SIN ESPERANZA. 

Retrocedamos al momento en que Jorge es conducido en hombros de algunos paisanos hasta su casa.

Los doctores declararon que tenía “apoplejía. A los tres días, le declararon fuera del peligro.

Rosa entró con una carta de Isabel donde le pedía ir a su casa a las ocho.

Las ocho daban cuando Jorge se detuvo al pie de la cerca de la huerta. De un salto se puso encima del muro, descendiendo al interior. Al mismo tiempo salió Iriarte del oscuro dintel de una casa vecina y se lanzó sobre la muralla sin hacer ruido.

—Ahora, señorita Isabel, seremos dos los que acudamos a la cita —dijo y resueltamente se metió dentro. 

TERCERA ENTREVISTA 

Isabel oyó dar las ocho y se sentó a esperar.

—Buenas noches.

—Hermano mío.

Los dos hermanos se abrazaron.

-¡Hay, Jorge! No sé qué será de mí ahora que he roto mi compromiso.

— ¿Lo has desengañado ya?

—Completamente; nuestro padre le ha escrito diciéndole que he desistido, antes se lo había dicho yo.

_Que bien _dijo Jorge.

Isabel sonriendo sacó del bolsillo de su bata un estuche.

_ ¿Te acuerdas que tu tío José trajo una cadena rota envuelta en los papeles? —Pues bien, ahora tu padre te la obsequia completa en recuerdo de esa tarde.

—Jorge, quiero que ames mucho a tu padre. —Continuó la joven —Que aceptes esta cadena como prenda de alianza y cariñoso recuerdo. —Toma —dijo entregándole la cadena en su estuche.

—Gracias, hermana mía, —dijo Jorge

Y luego salto al muro y a la calle.

— ¡Alto ahí!

De improviso se siente sujetar por los brazos

— ¡Sujeten a ladrón! ¡Sujeten a ladrón!

_Esto es una infamia —dijo Jorge.

— ¡Silencio! —Gritó un soldado dándole un culatazo.

Una carcajada resonó a su espalda. Jorge exhaló un rugido de ira, había reconocido la voz de Iriarte.

Iriarte le registraba los bolsillos y sacando el estuche dijo:

—Esto pillabas, pícaro a mi futuro suegro ¿lo ven ustedes? — ¡A la cárcel —gritó Iriarte.

—A la cárcel —replicaron los soldados arrastrándole a viva fuerza y dándole de culatazos. 

TEMPESTAD DESHECHA 

Después de almuerzo, las hermanas Sofía y Elvira Vélez visitan a Isabel.

— ¿Hay esperanza de que salgan a los prisioneros? —preguntó Isabel.

—Ni la más remota, hermanita.  

En ese momento doña Enriqueta dijo:

—Ven, Isabel que se te necesita.

Las tres niñas entraron y se encontraron con Iriarte y doña Enriqueta.

—Hace tiempo —dijo Elvira -que el señor Iriarte nos aseguró que ningún compromiso le ligaba a Isabel.

—Sí, lo he dicho; porque hace tiempo que la señorita consagra a otro su corazón y tengo testigos que han visto entrar furtivamente a un hombre al jardín de la señorita Latorre y pasar con ella horas enteras. Ese hombre se halla en la cárcel por ladrón; porque un hombre que escala de noche las paredes de una casa, y a quien se le encuentra en el bolsillo una alhaja no puede ser otra cosa que un ladrón.

Las pruebas del robo están en la policía, donde se halla una hermosa cadena con brillantes que dice: año 1825 Guillermo de Latorre.

—¡Miserable! —Exclamó Isabel.

Como se ve, Iriarte se había desbordado y su único desahogo consistía en humillar a aquella familia.

En ese momento tocaron la puerta. El doctor Peña y Hortensia entraron. Iriarte sintió algo terrible al ver a los padrinos de su boda.

De improviso se abrió una de las mamparas interiores y don Guillermo de Latorre, pálido, ojeroso, apareció en el salón. 

LUCHA TREMENDA 

La sorpresa fue general al ver la transformación operada en su semblante en un solo día, había envejecido. Latorre saludando a todos con una inclinación, se dirigió donde estaba su hija, se sentó a su lado.

—Todo lo he oído —dijo el anciano, fijando una terrible mirada en Iriarte. Escuchen todos —dijo esforzándose el anciano —Iriarte contrajo matrimonio en Lima, los padrinos de su boda están presentes.

Hortensia y su padre inclinaron la cabeza en señal de asentimiento. Iriarte no sabía qué decir.

—La desgraciada esposa, la inocente Elena está expirando —dijo, como algo profético el anciano— Pero no es aún lo más horripilante —añadió — hay algo más espantoso, y es, que todo fue una farsa, que ese matrimonio no fue real.

— ¿Cómo? ¿Qué? —Exclamaron a la vez Hortensia y el doctor Peña.

—Las pruebas —gritó Iriarte.

—Aquí están —dijo Sofía sacando de su faltriquera la carta original de Iriarte.

Éste lanzó un rugido.

—Aún hay más —continuó Latorre-, procurando una ruin venganza, trató de envolver a mi familia en la deshonra de una intriga político- amorosa, como pueden verlo por las instrucciones dadas a su ordenanza en este documento.

Don Guillermo agregó:

_Jorge es mi legítimo hijo, hermano mayor de Isabel.

—Gracias a Dios —exclamó la joven abrazando a su padre.

—Eso es, eso es —dijo el doctor Peña.

Iriarte que no esperaba esta confesión, se quedó inmóvil.

Todas las miradas de desprecio cayeron sobre Iriarte.

—Por su causa -dijo don Guillermo —estas niñas —indicando a las Vélez —son víctimas de toda clase de sufrimientos, mientras su padre está en el fondo de un calabozo, merced a sus maquinaciones ¿Puede haber un ser más criminal que éste?

—Si lo hay —dijo Iriarte irguiéndose como la víbora- si lo hay, y es el padre desnaturalizado que abandona a su esposa y al hijo legítimo usurpándole el pan de la infancia.

Al oír esto don Guillermo se trastornó. Todos los ojos se volvieron a él esperando el estallido de su indignación. Pero sólo hallaron un semblante lívido, unos labios blancos y temblorosos.

— ¿Qué merece —continuó Iriarte—el hombre que cierra al hijo las puertas de su casa obligándole a entrar por las paredes como un malhechor?

— ¡Mentira! —Gritó Isabel exasperada.

En ese momento tocaron la puerta y dos agentes de policía se presentaron.

—Señor —dijo dirigiéndose a don Guillermo —venimos a informarnos del robo perpetrado anoche en su casa.

—Aquí no ha habido ningún robo, el que tenía la cadena es mi hijo.

—Jorge es mi hermano —dijo Isabel levantando la voz —yo, con permiso de mi papá le obsequie esa cadena.

Iriarte gozaba inmensamente, con esta escena.

—El parte que usted debe pasar es, que hechas las indagaciones resulta que dicho joven es hijo legítimo del señor Latorre.

Los comisarios, cumplido su deber se retiraron. Don Guillermo recuperando sus sentidos y viendo a Iriarte dijo:

—Su cobarde venganza está satisfecha. Su castigo lo dejo a la Providencia.

Iriarte interrumpió con una carcajada. 

COMO SE VA UN ANGEL 

Era el 5 marzo 1857. Era un poco más del mediodía. Elena había entrado en agonía. Fray Antonio sentado a su cabecera recitaba las oraciones de los agonizantes. Doña Luisa, Hortensia y Mercedes rodeaban el lecho implorando la misericordia de Dios sobre aquella inocente niña. La habitación parecía un oratorio.

El sacerdote mandó encender el cirio de la buena muerte. Un sobrecogimiento tan profundo se apoderó del ánimo de los presentes. Elena quedó completamente tranquila. El sacerdote oró un momento en silencio. Minutos después nada se oía. Todos se arrodillaron. Elena acababa de expirar. 

LA MAYOR INFLUENCIA 

Terminada la dolorosa misión de Fray Antonio, a las ocho de la noche entraba en casa del General Vivanco.

— ¿A qué debo el gusto de ver por aquí a Vuestra Paternidad?

—Vengo, Excelentísimo Señor, con un mensaje de la señorita Isabel Latorre.

Al pedido de libertad para Jorge Latorre que Isabel hacía, se sumaron el de Javier Sánchez, Benito Bonifáz y el propio Intendente.

—Todos mis amigos parecen haberse convertido en sus abogados —dijo sonriendo el Jefe Supremo.

—A ver, Mayor Iriarte —extienda usted una orden para el prefecto diciéndole que inmediatamente de libertad al joven Jorge de Latorre, conocido hasta hoy por Jorge Flores.

El jefe supremo reviso la orden, la firmó y entregándosela al religioso dijo:

—Tenga Vuestra Paternidad la bondad de decir a la señorita Latorre que sus deseos están cumplidos. 

JORGE 

Se descorrieron con estrépito los cerrojos, y un oficial acompañado del Alcaide llamo al preso Latorre.

—Está usted libre, por orden del Jefe Supremo —dijo el Alcaide.

Jorge echó a correr hacia la puerta de la calle y maquinalmente tomó el camino de la casa de Elena.

Había llegado. Penetró en el patio perfumado y vio el salón del frente abierto y profusamente iluminado. Penetró sin vacilar, y a dos pasos de la puerta quedó petrificado. Sobre la cama descansaba Elena, vestida de blanco y ceñida por la cintura con un listón celeste. Parecía dormir sonriendo; pero sus mejillas estaban con esa palidez sin igual de la muerte.

Jorge, inmóvil cerca de la puerta, había tomado el color del mármol; sus ojos con expresión indefinible fijos en el semblante de Elena. Durante cuatro horas, Jorge lloró a los pies de Elena; pero de improviso, en el fondo de su alma aletargada resuena una voz, es la de la patria que pide auxilio, y entonces se levanta casi por instinto. El enemigo está encima. Los hijos de Arequipa corren a las trincheras a defender su ciudad querida, a ofrecerle el tributo de su sangre y de su vida. Los campanarios de todos los templos tocan a la vez a rebato. El tambor de “los inmortales” ha resonado. Jorge, casi fuera de sí, contempla por última vez a Elena y abandona el salón precipitadamente, sin volver la cabeza se lanzó a la calle. 

HEROISMO Y MARTIRIO 

Después de siete meses de sitio, Castilla se decidió a atacar. Las hostilidades comenzaron el 5 de marzo en la noche, mientras el General Vivanco dormía, las tropas de Castilla tomaron la parte alta de Arequipa. Después de tres días de desigual combate, en que el pueblo de Arequipa sacrificó a sus mejores Hijos, cayó derrotada y Castilla entró triunfante por las calles de la ciudad. Jorge el hijo del pueblo fue gravemente herido por la espada traidora de Alfredo Iriarte y se le dio por muerto. Fray Antonio recogió al herido y lo llevo a su celda, ahí se recuperó durante 3 meses.

Castilla dio un decreto infame liquidando a Arequipa como ciudad, anexándola a isláy que pasó a ser la Capital.

Pero este despropósito se anuló en poco tiempo y todo volvió a la normalidad. El General Vivanco decepcionado y armado de su pasaporte se fue de la ciudad, y Alfredo Iriarte se pasó al otro ejército. 

LA ÚLTIMA BATALLA 

El doctor Peña declaró que Latorre estaba grave y debía arreglar sus asuntos.

Salió, pues, Cecilia en busca de Fray Antonio. Cuando éste entró en la casa, Isabel rompió a llorar.

— ¡Padre mío! ¡Qué desgraciada soy! He perdido a mi hermano y mi padre va a morir.

—No es cierto, hija, Jorge vive.

Isabel lanzó un grito de gozo.

—Padre mío —exclamó la joven — ¿Es cierto que mi hermano vive?

—Muy cierto, hija mía, pero vamos a don Guillermo.

Hora y media duró la confesión de don Guillermo.

—El señor de Latorre desea hacer un testamento llamen al Dr. Peña—dijo Fray Antonio.

—Doctor, Dios se ha compadecido de mi dolor, mi hijo Jorge vive.

— ¿Es falsa la noticia de su muerte? —Dijo el doctor Peña.

—Si la divina Providencia le ha salvado —dijo Fray Antonio.

—Doctor, un escribano y los testigos que usted tenga a bien —dijo Latorre.

_ Isabel:

-Padre mío —repuso la joven.

— ¿No es cierto que amas mucho a tu hermano?

—Con toda mi alma.

—Dios le conserva la vida para que sea tu apoyo. Enséñale a perdonar a su padre. Dile cuán terrible ha sido mi expiación; él es bueno y generoso, él me perdonará. Isabel inclinó la frente y un raudal de lágrimas brotó de sus ojos.

Latorre comenzó diciendo:

-Declaro que en primeras nupcias fui casado con doña Carmen Flores.

El doctor Peña extendió allí mismo un certificado declarando que don Guillermo de Latorre en el momento de testar se hallaba en el cabal uso de sus facultades intelectuales.

Don Guillermo continuó haciendo en paz su testamento. 

TRANCE DOLOROSO 

Don Guillermo firmó al pie de su testamento, en seguida el escribano y los testigos. El doctor Peña quedó nombrado albacea. Nada turbaba el silencio de la estancia, si no la respiración fatigosa del enfermo.

— ¡Se muere el caballero!

—Papá, papá.

Era inútil. Don Guillermo de Latorre había dejado de existir. — ¡Padre! ¡Padre Mío! ¿Qué va a hacer de mí?

Doña Luisa, Hortensia y Mercedes rodearon a Isabel instándola para que accediese a irse con ellas. Fray Antonio aconsejó a Isabel con cierta autoridad paternal, que admitiese la generosa oferta que se le hacía. 

LA PRIMERA SALIDA 

Tres meses han transcurrido aproximadamente desde la toma de Arequipa. Jorge casi del todo restablecido, se fue a la casa de José en Santa Teresa. Hasta allí llegó Isabel.

—Hermano mío —dijo Isabel, estrechándole contra su pecho — Nuestro padre ha muerto.

— ¿Ha muerto? —dijo Jorge

—Sí, ha muerto, te declaró hijo suyo legítimo ante las leyes y ante la sociedad.

Jorge no respondió.

—En sus últimos momentos —continuó Isabel—, le auxilió Fray Antonio, él nos dio la nueva de que vivías;

—Así me quedé huérfana, sola en el mundo, sin otro amparo que el de Dios.

— ¡Hermana mía! ¡Qué desgraciados somos! ¿No es verdad? —dijo Jorge.

Eran las cinco de la tarde cuando Isabel y Cecilia se despidieron.

Jorge penetró en su habitación, las tinieblas se habían extendido por el pequeño cuarto. Pero en ese momento, saltando por la ventana, un hombre cayó dentro del cuarto, casi a sus pies, diciendo con voz aterrada:

— ¡Favorézcame, por Dios!

El hombre que tenía delante era Alfredo Iriarte.

A Iriarte lo trasladaban a la cárcel. Al atravesar una bocacalle, se escapó y corrió calle arriba. No tenía dónde refugiarse. De repente vio una puerta entreabierta, y sin más se lanzó dentro de la casa. Vio una ventana, corrió a ella y saltó dentro clamando:

—Favorézcame por Dios. 

LA FUGA DE IRIARTE 

Iriarte estaba tan aturdido que no sabía quién era la persona a quien pedía amparo. Jorge se había quedado inmóvil al reconocer al más odiado de sus enemigos.

—Sálveme usted —continuó éste, juntando las manos — he fugado de la prisión y los soldados me persiguen; ocúlteme Ud. por lo que más ame en la tierra.

Jorge soltó una horrible carcajada. Iriarte reconoció a su víctima, y lleno de espanto retrocedió. ¿Era Jorge de Latorre o su sombra que se alzaba de la tumba?

—Cuanto amé lo destruiste, —dijo Jorge con voz ronca — hoy solo quiero venganza.

—Perdón —dijo Iriarte.

Jorge cual pantera se abalanzó sobre Iriarte y le tomó por el cuello con ambas manos.

— ¿Crees que te voy a matar? No te daré ese placer. Tu muerte no sería para mí una venganza, ¡asesinaste a Elena!, ¡Asesinaste a mi padre!

Jorge insensiblemente había ido apretando la garganta de Iriarte de modo que éste adquirió un color amoratado y lanzó un gemido de dolor. De pronto apareció Jacinta y dijo: —No sé qué calumnia nos han levantado, toda la casa está rodeada de soldados.

Jorge soltó Iriarte y lo escondió con desprecio en un armario. 

IRIARTE PRESO 

Luego ingresaron al cuarto varios soldados—Ha fugado un preso y se le ha visto refugiarse en esta casa.

—Pero, si aquí no hay nadie —decía Jacinta.

-A registrar la Huerta -ordenó el jefe. —el gallinero, la cocina.

—Estas mujeres le habrían escondido.

—A registrar este cuarto —dijo el oficial.

—Estoy convencido; —dijo el oficial mirando a Jorge—, que la cólera del señor Subprefecto excitada con la fuga de Iriarte, solo podrá calmarse si le llevo preso a un vivanquista tan decidido como usted.

— ¡Prendedle! — Gritó el oficial.

—No hay necesidad —dijo Jorge.

-¿Qué ha de sucederme? —Dijo Jorge — ser aprehendido por haber defendido la ciudad en que nací, es honroso, tengo la conciencia del deber cumplido y nada temo.

—Adiós, Rosa, adiós Jacinta —dijo Jorge.

En ese momento se levantó la cortina y Alfredo Iriarte, precipitándose al centro, se colocó en medio de los soldados, diciendo:

—Soy yo a quien deben prender, no ha Jorge.

Un grito unísono se escapó de todos los pechos.

—Jorge -dijo Iriarte—, el heroísmo de su virtud ha trocado mi pervertido corazón. Yo, nunca había visto otros ejemplos que los del vicio, por eso he sido perverso. Nunca olvidaré la lección de hoy.

—Oigan bien todos, los que están presentes; muy merecida es la situación en que me hallo y la suerte que me aguarda; porque he sido un monstruo.

-¡A la cárcel! —gritó el oficial indignado.

Iriarte sonrió con amargura. Los soldados le rodearon.

—Diga usted a su hermana que ruegue a Dios por el que tantas lágrimas la ha hecho derramar —le dijo Iriarte, despidiéndose de Jorge.

Todos se pusieron en marcha. 

LA ESPOSA SAGRADA 

Era una tarde de diciembre, Las campanas del Monasterio de Santa Catalina echadas al vuelo. Las grandes puertas de su templo estaban abiertas de par en par, dando paso a las oleadas de gentes.

—Que linda está.

—Parece un ángel.

El órgano resonó lleno de majestad y dulzura, y un coro de voces femeninas entonó sagrado cántico. Isabel Latorre subió sola y ligera las gradas del presbiterio y largo rato permaneció postrada ante el altar radiante de luces; los sacerdotes habían salido a recibirla, revestidos con sus sacros ropajes.

Es costumbre que en tales casos, la persona más allegada bendiga a la novicia que va a consagrarse a Dios.

— ¿Quién es, quién es? —preguntaron varios.

—Su hermano Jorge —repusieron otros.

Isabel sonrió con inefable gozo. Jorge la bendijo sonriendo. Isabel se puso de pie, y ambos jóvenes se abrazaron.

—Se siempre bueno —dijo Isabel al oído de su hermano.

—No te olvides de mí —repuso, conmovido.

Enseguida, las puertas del Monasterio, girando lentamente, se cerraron.

— ¡Gracias, Dios mío! Mi corazón, formado por voz, no habría podido llenarse nunca, sino con un amor eterno e infinito ¡Gracias Dios mío! _dijo Isabel.

FIN.

 

 

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