El SECRETO DE JORGE.
Eran las
siete de la mañana del 21 de abril de 1851
En una vieja casita de la calle Santa Teresa, vivía la
familia de don Raymundo Flores, un artesano que tenía dos hijos; Jacinta la
mayor y José y un sobrino nieto que era Jorge. Hay una revuelta en la ciudad y don
Raymundo, es herido de muerte y en su casa pide hablar a solas con su hijo
José. Le dijo: -Te voy a hacer depositario de un secreto- júrame que a nadie lo
revelarás y que cumplirás lo que te voy a encargar.
-Lo
juro-dijo José.
-Tú sabes
que Jorge es hijo legítimo de Carmen, mi segunda hija.
-¿Legítimo?-interrumpió
José admirado.
-Legítimo,
sí-añadió el anciano.
-Pero el
matrimonio de Carmen siempre debe ser un secreto. Yo lo ignoré hasta el día en
que murió mi hija. Allí, hay papeles y una alhaja perteneciente a Jorge. Júrame
que no se los darás, que nunca sabrá nada de lo que te he dicho, sino en caso
de suma necesidad.
-Lo
juro-volvió a decir José.
Don Raymundo Flores suspiró y dejó de existir.
PRIMERA PARTE
LA TERTULIA DEL SEÑOR DE LATORRE
Estamos en el año 1857, seis años después de los acontecimientos sucedidos. El General Vivanco conspiró contra Castilla, y Arequipa le proclamó Jefe Supremo el 1 de noviembre de 1857. El General Vivanco encabezará una expedición hacia Lima para destituir al General Castilla.
Es de noche y en la casa de Don Guillermo de la Torre se da un baile de despedida al General Vivanco. Doña Enriqueta de Latorre, hermana de don Guillermo hace los honores de la casa. Tiene 45 años, y viste de negro. A su lado está la bella hija de don Guillermo, niña de 18 primaveras. El Traje color de rosa, y el ahogador de perlas con cruz de brillantes realzan sus atractivos y en este momento baila con Alfredo Iriarte, un edecán del General Vivanco
-¿Cuándo
piensa partir Vuestra Excelencia? –preguntó Latorre.
-Dentro de
cuatro días y si la fortuna nos es favorable, tendrá usted que ofrecer sus
servicios a la patria en Lima.
La hija de
Latorre, apoyada en el brazo del joven edecán escucha a Iriarte.
-No te
aflijas -decía Iriarte- en cuanto sea nuestra la Capital, pido permiso al General
Vivanco, y vengo a pedir tu mano, de rodillas si es preciso, entretanto, no
digas nada a tu padre del sagrado compromiso que nos liga.
Iriarte, que
acababa de dejar a la joven en su asiento, se aproximó al Jefe Supremo.
—Qué noche
tan espléndida, Excelentísimo Señor me he creído transportado a nuestra Lima
—continuo Iriarte- Arequipa está muy atrasada todavía; aquí no hay
civilización. Las beatas se bastarían para hacer la revolución más sangrienta
de la historia.
Casualmente, doña Enriqueta de Latorre, oyó al pasar la última parte del discurso de Iriarte, y herida en sus creencias religiosas no menos que en su amor propio de arequipeña le lanzó una mirada llena de indignación.
UN INCIDENTE CON CONSECUENCIAS
Doña
Enriqueta de Latorre, en la noche que nos ocupa, justamente indignada contra
Iriarte por las frases que sorprendió en su boca, quería castigarle, con el
fin, pensó ella, de que no vuelva a esta casa. Iriarte se dirigió a Isabel
—Señorita,
si me hace usted el honor- dijo ofreciéndole el brazo.
Doña Enriqueta alzó la cara y fijando en Alfredo
una mirada de soberano desprecio, dijo levantando la voz:
—Señor
oficial; yo no permito que mi sobrina baile con un desconocido, que se presenta
aquí sin más títulos que su audacia y la insensatez de sus ideas.
Iriarte se
puso mortalmente pálido. El jefe supremo acudió en socorro de su edecán.
—Señora,
tengo el honor de presentar a ustedes al Mayor Alfredo Iriarte, uno de mis
mejores edecanes, e hijo de uno de mis más grandes amigos el General Iriarte Hurtado.
Doña
Enriqueta se demudó. No había imaginado que aquel oficial fuese hijo del General
del mismo nombre.
—Yo suplico a
usted señor Iriarte, dé al olvido este desagradable incidente provocado por la ligereza
de una señora que creyó heridos sus sentimientos religiosos —Si yo hubiera
sabido quién era usted.
—Isabel, no
tienes inconveniente para complacer al señor Iriarte.
—Daremos
unas cuantas vueltas- dijo Iriarte.
Alfredo pudo
percibir que era objeto de la conversación general. Se mordía los labios con
reconcentrada ira. A las dos de la mañana terminó la tertulia, pero, Iriarte al
retirarse, juró odio eterno a toda aquella familia.
—En público se me ha ofendido -dijo —en público me vengaré.
ISABEL
Tres días
después de la última escena que hemos bosquejado, Isabel Latorre se hallaba sola
y pensativa en su aposento, leía una carta de Iriarte, en ella le decía que la
adoraba. El corazón de Isabel gemía oprimido por la angustia; porque amaba a Alfredo
con toda su alma.
Dos meses
después, Arequipa recibía al Jefe Supremo derrotado con algunos de sus adictos
que habían salvado la vida. La expedición no pudo ser más desastrosa, en esta
campaña pereció gran parte de la juventud arequipeña. Sin embargo, el pueblo en
masa corría a recibir al Jefe Supremo.
El Sr. de Latorre montó un magnífico caballo y salió a alcanzar al General.
ENTRE FAMILIA
La situación
cambia notablemente —dijo doña Enriqueta.
—No hay como
el general Vivanco, es todo un caballero -
—Y el señor
Iriarte siempre tan atento —añadió tímidamente, Isabel.
— ¡Oh! ese
joven es una joya y según dicen, muy rico —dijo Latorre.
—Es un joven
muy distinguido —agregó doña Enriqueta-Un matrimonio de esta clase sería el que
conviniese a Isabel, Iriarte es un caballero, es rico, está en alta posición
social y en buena escala para subir y figurar.
—Dios quiera
que se realice tus deseos, hermana.
-Deja las
cosas al tiempo ya verás —Temo que Isabel esté enferma del pecho —dijo doña
Enriqueta- Sería bueno llevarla al campo.
_El doctor
Vélez se va a Carmen Alto y sus hijas, Sofía y Elvira quieren ir con Isabel –dijo
don Guillermo.
—Pues ya
está salvada la dificultad. A pesar de su castillismo es una familia muy buena.
LA FAMILIA DEL DOCTOR FELIX PEÑA
El salón
diario de la casa del doctor Félix Peña, estaba abierto e iluminado, pues eran
las siete de la noche. El doctor Peña, médico de profesión, sin ser rico,
poseía lo necesario para dar a su familia toda clase de comodidades. Su esposa
doña Luisa, y dos hijas Hortensia y Mercedes alegraban el hogar. La noche que
nos ocupa estaban conversando en el salón, cuando entró la criada a anunciarles
que las señoritas Vélez estaban de visita.
Las dos jóvenes penetraron al salón, se saludaron efusivamente y les comunicaron que la siguiente semana se iban a su casa de Carmen alto en compañía de Isabel La Torre, una terrible vivanquista.
UNA CADENA ROTA QUE PRODUCE VERTIGO
—Ahora —dijo
doña Enriqueta, —Isabel. Necesito que acomodes en un cofre todas las alhajas de
la familia; hoy mismo voy a depositarlas en un convento por lo que pueda
suceder.
Cecilia no
tardó en llegar, trayendo varios estuches de joyas. Oro macizo, engastes de
plata, diamantes tabla, perlas. A Isabel. Le llamó la atención un estuche
grande, Quiso abrirlo y no pudo. En ese momento el señor Latorre, pedía permiso
para entrar.
—Adelante,
papá, llegas a tiempo, — dijo Isabel, deseo abrir este estuche y no puedo.
Latorre lo
tomó en sus manos, sacó un corta-pluma, introdujo la acerada punta y saltó la
tapa. Una hermosa cadena de oro, para reloj, pero qué lástima estaba cortada y
faltaba la mitad.
Don
Guillermo palideció súbitamente, perdió el equilibrio y se apoyó en la mesa
para no caer.
— ¡Es una
desgracia! —Exclamó Isabel — ¡hallar inutilizada una joya tan preciosa! — ¿Quién
sería el temerario que la corto?
Latorre no
respondió, miraba la cadena con cierto espanto.
— ¿Siempre
ha estado así? —volvió a preguntar la joven.
—No —repuso
sordamente don Guillermo.
— ¿Entonces?
—La otra
parte se perdió.
— ¡Dios mío!
¿Qué tienes papá? -gritó la joven soltando la cadena y corriendo sostenerle,
pues creyó que iba a caer.
—No es nada,
hija mía; un ligero desvanecimiento, que ya pasó —repuso don Guillermo.
— ¿Te has
resuelto ir a Carmen alto?
—Sí, querido
papá, ya está preparado mi equipaje.
—Tanto mejor, estoy seguro que el cambio de clima hará mucho bien a tu salud.
NOTICIAS IMPORTANTES
Pedro, el
ordenanza de Iriarte se trasladó a la “Picantería de la Regeneración”, donde comió
y bebió en exceso. Un momento después, apenas podía tenerse de pie y la
picantería quedó desierta. Media hora después entró Luis, amigo íntimo de Jorge,
miró por todas partes, y distinguiendo a Pedro hizo un expresivo gesto.
—Válgame
Dios —murmuró — ¡qué tal borrachera! —pero sino aprovecho de esta oportunidad
para adquirir noticias más amplias de ese Iriarte, Jorge va a reñir conmigo.
En ese
momento entró la picantera, sacó un vaso con agua y se la roció en la cara de
Pedro. .
—Don Pedro
—volvió a gritar doña Peta -levántese usted que han venido buscarle de la
prefectura.
— ¿Cómo se
llama usted? -preguntó Pedro casi despierto.
—Luis, un
servidor suyo.
—Quiero
tomar por usted _dijo Pedro.
Busco en sus
bolsillos y no encontró dinero.
— Si mi Mayor
viniera, tendría plata para gastar.
—Usted le
conocerá mucho tiempo.
—Desde
chiquito, me crie con él.
—Será muy
rico.
—Sin un real;
pero no le faltan pesos en el bolsillo; es muy generoso -dijo Pedro -yo sé
todas sus cosas. Soy su brazo derecho.
— ¿Tiene
familia?
—Sí, el General
Iriarte Hurtado, su padre, un pobre viejo que aborrece a mi mayor.
—Pero creo
que ahora se va a casar —dijo Luis mirando fijamente a Pedro.
—Oiga usted don
Luis, le voy a decir un secreto, el Mayor se casó hace dos años en Lima—Yo le
enseñaré “El Comercio” del día siguiente del matrimonio de mi Mayor.
—Hola don
Pedro -dijo un soldado que apareció en la puerta —usted aquí emborrachándose, y
yo buscándole por todas partes.
El soldado le tomó del brazo y se lo llevó casi arrastrando.
SOBRE EL PUENTE
No había
caminado Luis dos cuadras cuando tropezó con Jorge que le aguardaba.
—Habla Luis,
que estoy impaciente por saber noticias de Iriarte.
—El
simpático Iriarte es casado.
—Entonces
ese hombre es más infame de lo que creía, y se burla de la señorita Isabel, es
necesario desenmascararle.
Jorge se
puso pensativo.
—Veo, querido
Jorge, que a tu tío le sobra razón —dijo Luis
-¿En qué? -preguntó
Jorge.
—Que estás
enamorado de la señorita Isabel.
— ¿Porque
tomo interés por ella? —No, amigo mío, yo la amo como un hermano—dijo Jorge
Instantes después, los dos jóvenes se despedían.
UNA CONSPIRACIÓN INFAME
—Señor.
—Entra Pedro.
Bajando la voz dijo con resolución.
_Voy a
hablar claro, necesito que la familia Latorre, conspire y traicione a Vivanco,
y como no lo hace, voy a encargarme de hacerlo en su nombre, para eso cuento
contigo, con Braulio, Lorenzo y doña Andrea.
—Bien,
señor.
—Debemos
introducir armas en la casa donde está Isabel en Carmen Alto.
— ¿En la
casa del castillista Vélez?
—Exactamente,
— ¿Ya vas comprendiendo mi plan?
-Vete a
buscar a Lorenzo, toma esto por lo pronto.
Iriarte sacó de su cartera una carta perfumada y finísima, la extendió sobre la mesa, tomó la pluma, y con admirable perfección imitó dos o tres renglones, después hizo la firma: Isabel de Latorre, comparó ambas, vio que no había diferencia alguna y sonrió satisfecho.
LA FAMILIA VELEZ Y LOS PREPARATIVOS
Sofía y
Elvira Vélez habían perdido a su madre cuando aún eran muy niñas. El doctor
Vélez, inofensivo partidario de Castilla, olvidaba la política por dedicarse a
su familia.
Carlos García vio a Sofía y la amó; un año después pidió su mano al doctor Vélez, quien se la concedió gustoso. Elvira también tenía un admirador, el joven Juan Lisares.
La familia
Vélez huyendo de la ciudad, se había trasladado a Carmen Alto, llevando como
invitada a Isabel Latorre. Todas las tardes llegaban a casa del doctor Vélez dos
jinetes, eran Carlos y Juan.
Algunos días
don Guillermo Latorre iba a ver a su hija. Luciano, amigo de Iriarte, visitaba
también a la familia Vélez, pero no era bienvenido. Braulio amigo de Iriarte,
había sido nombrado mayordomo de la hacienda de Carmen Alto, de propiedad de la
familia Vélez.
Esa misma
noche, el mayordomo Braulio salió sólo al camino, se sentó en una piedra y
aguardó.
—Buenas
noches, Braulio.
—Buenas
noches, Pedro, ya me cansaba de esperarte. ¿Cuándo llevaremos a cabo la
operación?
—Muy pronto.
Pero dime: ¿Qué cantidad de armas hay en la casa?
—Veinticinco
fusiles, doce pistolas, quinientos cartuchos, y un pequeño depósito de pólvora.
—Es bastante,
toma esta carta para la señorita Isabel.
Pedro sacó
del bolsillo una carta envuelta en un papel.
—Aquí tienes
otra de ella —dijo Braulio. Se prepara un paseo.
-Magnífico,
así quedaremos dueños del campo, y meteremos los fusiles bajo los muebles y por
todas las salas.
Poco después los dos hombres penetraban como sombras en el oscuro patio de la casa del doctor Vélez.
EL LISTON ROSA
Pedro entró
a la siguiente mañana al cuarto de Iriarte.
— ¿Y fuiste
a Carmen alto?
—Sí, mi
mayor; todo está listo. ¿Qué es esto?
—Un recibo
de dinero por veinticinco fusiles comprados en Bolivia el mes pasado para el
doctor Vélez. Con ello te presentas al General Vivanco, le dices que celoso por
nuestra causa y teniendo sospechas de Vélez, por lo que oíste decir a uno de
sus criados, te propusiste vigilar su casa de Carmen Alto, que has descubierto
que allí se conspira, que te has puesto de acuerdo con el chileno que tiene de
mayordomo, el cual ha sustraído del bolsillo del doctor Vélez este recibo.
—Después
busca a doña Andrea— y dile que compre una cinta color de rosa, y que venga a
verme.
Una hora
después entraba doña Andrea a la oficina de Iriarte.
—Siempre
estoy a sus órdenes don Alfredo, aquí está la cinta —dijo doña Andrea.
—Gracias
señora necesitaba algo con que sujetar estas hermosas poesías. Ahora sólo me
resta suplicar a usted que personalmente las lleve a Carmen Alto y lo deje debajo
sus almohadas, para que lo encuentre cuando ya se haya recogido.
—Bien,
señor.
—Me resta
pedirle otro servicio.
-Hable usted, don Alfredo.
— ¿Me puede
conseguir uno de esos listones color de rosa que llevaba el vestido de Isabel
la noche que don Guillermo dio su tertulia al General Vivanco?
—No hay
inconveniente –dijo doña Andrea y se despidió.
—Pedro _dijo
a su ordenanza _tú acompañarás a la vieja a Carmen Alto, llevarás este paquete,
y sólo se lo entregarás cuando entre a la casa.
—Sí, mi
mayor.
—Vete ahora
descansar.
Al día siguiente, doña Andrea, llegó a Carmen Alto y puso el paquete de comunicaciones debajo de las almohadas de Isabel.
DONDE TERMINAN LOS PREPARATIVOS
El mismo
día, Alfredo Iriarte, se presentaba en casa de don Guillermo de Latorre para
pedir la mano de su hija. Don Guillermo, aceptaba lleno de complacencia aquel
enlace. Iriarte salió riendo y murmurando entre dientes:
—Que dulce
es el placer de la venganza.
A las seis
se presentó Pedro. Alfredo le llevó a su cuarto.
—Todo ha
salido bien —dijo el ordenanza -Lo que conviene es apurarse. Las salas de la
casa de Vélez están rociadas de armas, que muy bien pueden ser descubiertas.
— ¿Está
preparado Braulio?
—Sí, el
conducirá la tropa al cuarto de Vélez para que no pueda huir.
—Son las
6:30 _dijo Iriarte —a las siete está listo Vivanco, antes que salga de su
habitación debes estar y hacer la denuncia en la forma que ya sabes. ¡Ah! Debes
agregar que yo ignoro todo. Yo no debo faltar esta noche a la tertulia del Jefe
Supremo; que me vea ahí Latorre con todo el aire de un hombre feliz.
Iriarte a
las nueve de la noche se levantó de la mesa y salió a la calle.
—Mi mayor -dijo
un hombre que lo había seguido.
—Pedro, iba
en tu busca ¿Cómo te ha ido con el General?
—Muy bien;
me obsequió una onza de oro y ahora mismo está preparando una fuerza de
caballería para sorprender a Vélez.
—Supongo que
estarás comisionado para guiar a la tropa.
-Si
—Haz que el
paquete de comunicaciones, ellos mismos lo tomen del cuarto de Isabel. No te
olvides del listón rosa. Esta noche no me busques más.
Iriarte y su ordenanza se alejaron. Después de algunos instantes, otro hombre brotó de la sombra, había escuchado todo.
DONDE LUIS DESCUBRE EL PLAN
Luís acaba
de descubrir la intriga de Iriarte en las pocas palabras que había oído; buscó
a Jorge de inmediato.
_ ¡Ay!
Jorge, esta noche he sorprendido una horrible trama urdida por Iriarte y Pedro
en contra de la señorita Isabel.
—Te escucho.
-Pedro ha
denunciado al Jefe Supremo no sé qué conspiración de Vélez; que a la señorita
Isabel le han hecho depositaria de un paquete de comunicaciones atado con su
listón rosa, y que esta noche una fuerza
de caballería guiada por Pedro, asaltará la casa, y sabe Dios lo que sucederá.
Jorge, sin despegar los labios abrió la puerta y salió precipitadamente.
LA FAMILIA VELEZ
Retrocedamos
algunas horas. Mientras Iriarte daba a su ordenanza las últimas instrucciones,
y la fuerza se alistaba para el asalto en Carmen Alto, la familia, reunida en
la sala principal se entretenía a en jugar rocambor. El reloj de péndulo dio la
una de la noche. Entonces, los jugadores se levantaron de la mesa y se
retiraron a sus habitaciones. Sin embargo, no todos dormían. El mayordomo llegó
a la puerta principal, la abrió con precaución y salió.
Isabel se
arrodilló y rezó, después levantó los almohadones de su cama para arreglarla, y
se sorprendió al descubrir bajo uno de ellos un paquete de papeles muy bien
acondicionado. Lo primero que vio, con sorpresa, fue el listón de su vestido. Isabel
dio varias vueltas al lio entre sus manos, resbaló uno de los papeles; parecía
una carta, la abrió, la letra era de ella misma y decía que su padre sería
ministro de hacienda de castilla y el Dr. Vélez agradecía el dinero para
comprar armas.
¿Era cierto lo que leía? ¿Ella había escrito esto? Ni en sueños; pero esa era su letra, su firma entera, su rúbrica. Más abajo había algunas líneas escritas por su padre, decía que nada podía esperar de Vivanco.
EL ASALTO
Isabel no sabía
lo que le pasaba. Cerró los ojos; pero un ruido espantoso llegó a sus oídos en
ese momento, el galope de varios caballos que entraron impetuosamente en el
patio de la casa, luego ruido de armas, carreras por los corredores, voces,
gritos, todo unísono y atronador.
Isabel se
puso de pie con el terror pintado en el semblante. Torrentes de humo penetraron
en la habitación.
—Misericordia
—murmuró Isabel.
De
improviso, la ventana de su cuarto se abre con violencia, y un hombre se lanza
dentro.
—Señorita,
huyamos de aquí —exclama el hombre con mezcla de súplica y resolución.
—Soy Jorge,
el pintor, está usted en gran peligro y vengo a salvarla.
— ¡Ah!
Jorge: huyamos —exclamó Isabel, recuperando sus fuerzas.
— ¿Confía
usted de mí?
—Sí, sí.
Jorge cogió
el paquete, levantó los papeles sueltos, los guardo con precipitación en los
bolsillos y saltó por la ventana, Isabel le siguió.
El doctor
Vélez, en calzoncillos, yacía en el centro de uno de los patios rodeado de
guardias brutales, que ha culatazos habían impuesto silencio a sus protestas de
inocencia, contemplando con sorpresa las cantidad de armas extraídas de sus
propias habitaciones.
Sofía y Elvira, lloraban con desesperación. Poco después, el doctor Vélez era conducido a la ciudad, escoltado por el oficial y toda la fuerza de su mando, que llevaba las armas y municiones salvadas del incendio.
UN DIA TERRIBLE
La familia de
Latorre, reposaba tranquila en su casa de la ciudad. Cecilia salió a la calle y
se entera del asalto a Carmen Alto.
_ ¿Quién
toca la puerta así?
—Yo, señora
—Vengo a avisarle que anoche han asaltado la casa del señor Vélez, en Carmen Alto,
han encontrado armas y se ha incendiado toda la casa —dijo Cecilia.
— ¿Isabel?
—Nada se
sabe de la señorita—
Don
Guillermo partió a escape.
Transcurrieron
las horas y regresó sólo, Isabel no aparecía.
Don
Guillermo, se arrojó sobre una silla y se puso a llorar como un niño. De
pronto, Cecilia se aproximó la puerta y dijo:
—Señor, ha
venido el señor Iriarte.
Latorre le
estrechó la mano con fuerza.
—y dijo: —Hasta
ahora ignoro el paradero de Isabel.
— ¡Vive Dios!
que la buscaré y he de hallarla viva o muerta, es mi prometida esposa.
Cuando
estuvo en la calle se le aproximó Pedro.
— ¿Has
averiguado algo?
—Sí, mi mayor; un peón vio saltar por la ventana a la señorita en compañía de un hombre.
A TRAVES DE LAS CHACRAS
Retrocedamos
para encontrar a los fugitivos.
Jorge cogió
de la mano a la joven, y casi a la carrera la hizo alejarse de la casa.
Mientras
tanto, la aurora iba avanzando.
Nuestros
fugitivos habían caminado tres horas.
— ¿No es
cierto, Jorge, que es muy extraño cuanto me sucede?
—Verdaderamente,
señorita.
— ¿Podría
usted decirme cómo ha tenido usted conocimiento de mi situación, o quién le
avisó para que viniera tan a tiempo en mi socorro?
—Hable
usted, por Dios, Jorge—Le suplico, que aclare este enigma.
—Lo haré,
señorita, pero antes dígame— ¿Cómo llegó este paquete a sus manos?
—Lo hallé en
mi cuarto.
—Sí, un tal
Pedro, un soldado, ha sido el principal actor de esta intriga —dijo con
sencillez Jorge.
—El
ordenanza de Iriarte—exclamó Isabel.
—Anoche un
amigo mío, recogió de su boca los datos más precisos para mí; la hora del
asalto, la terrible importancia del paquete atado con el listón color de rosa.
— ¡Dios mío!
—Gracias a
este buen amigo, pude llegar a tiempo para evitar una catástrofe.
—Pero, ¿quién
daba esas órdenes infames?
—Iriarte
Srta. Que además está casado en Lima.
La desgraciada joven rompió a llorar.
CONFIDENCIAS INTIMAS
El sol
descendía a sepultarse en el ocaso, cuando Jorge e Isabel se detuvieron en una
chacra de Yanahuara.
—Hemos
llegado -dijo Jorge-; pero debemos aguardar que oscurezca, para entrar al
pueblo.
Isabel tomó
asiento en un elevado bordo tapizado de musgo.
— ¿Está
usted preocupado Jorge?
—Hace pocas
horas me decía usted que ignoraba quién fuese yo. Ahora le voy a contar, cuando
yo nací por motivos que aún no conozco, mi madre se había alejado de su
familia. Hasta que un día, la hermana mayor de mi madre vino a buscarnos. Mi
tía Jacinta era casada y vivía aquí, en Yanahuara, donde vamos a ir.
Transcurrido un año. Un día se presentó un caballero en busca de un ama de
leche, mi madre aceptó y aquel mismo día quedamos instalados en casa de la
señora Velarde. Los albores de la razón me sorprendieron junto a la cuna de una
niña. Elenita; yo sentado en el suelo, la mecía para que no despertase. —La
familia del señor Velarde –prosiguió- la formaban don Fernando, su esposa
Emilia, un niño llamado Enrique y Elena; Ellos me trataban como a hermano y yo
les daba el mismo nombre. Elena se hallaba conmigo y yo la quería con todas las
fuerzas de mi corazón.
Tenía nueve
años de edad cuando mi madre enfermó gravemente. Mi madre envió por su padre.
Mi madre y el anciano hablaron sin testigos más de una hora. Mi madre me dijo
llorando:
-Jorge este
es mi padre y tu abuelo, abrázale.
Hasta ese
momento solo había conocido a mi tía Jacinta. Aquel día, también conocí a mi
tío José. Al día siguiente después de recibir los santos sacramentos, mi madre murió
en mis brazos. Jorge calló.
—No obstante
mi corta edad -continuó Jorge —comprendí que me quedaba solo en el mundo, pero
Elenita vino a consolarme
—Mi querida Helénica
—le dije — siempre te he querido; pero desde hoy te quiero mucho más.
—Y yo también
te quiero —dijo Elena.
—Todo siguió
igual por algún tiempo. Desde muy niño los ratos de ocio los había dedicado a
pintar flores y animales.
—Continúe
usted —dijo Isabel.
—Redoble mi
aplicación al estudio y comencé a ganar dinero con mi trabajo —Elena, Iba a
cumplir 14 años, y era bella como mis ilusiones. No sé por qué al mirarla
sentía una turbación inexplicable. También ella se volvía tímida y reservada. ¿Que
nos sucedía? Yo lo ignoraba.
—Un día —continuo —la familia recibe una carta de Lima, donde informan que don Fernando; padre de Elena; se moría. Doña Emilia decidió viajar a Lima con sus dos hijos.
EL CORAZON DE JORGE
Jorge hizo
una pausa.
—Era una
tarde como esta -dijo Jorge-. Nunca Elena me había parecido más bella. Yo me
acerqué temblando y pregunte:
— ¿Qué haces
aquí tan pensativa?
-Y tu ¿Qué
tienes que estás tan pálido?
-¿No
adivinas los suplicios que martirizan mi corazón? ¡Te amo!, Elena, con toda mi
alma.
—Yo también
Jorge te amo. Si, te amo Jorge —repitió Elena —pero nunca seré tu esposa.
-Adiós
Jorge, no olvides a la amiga de tu infancia.
Yo tomé su
linda mano y la llené de besos.
—Al día
siguiente al amanecer partió la familia. Una última mirada fue nuestra suprema
despedida.
Jorge quedó
sumergido en profunda meditación.
Isabel se
atrevió a preguntar si no había tenido noticias posteriores de Elena y su
familia. El joven respondió que dos meses después de la partida había recibido
carta enlutada de Enrique, en que le comunicaba la muerte de su padre, y que
desde hace 6 años no sabía nada de la familia de Elena.
Mientras
tanto el sol había declinado. Un momento después llamaban a la puerta de la
casita de su tía.
Al día
siguiente Isabel se despertó tarde. Concluido el almuerzo, Rosa informó que
había llegado Jorge y deseaba saludar a la señorita.
—Creo
señorita, que ayer le ofrecí presentarle un amigo, —Presentó a usted, a Luis
Vargas.
—Mucho tengo
que agradecerle —dijo Isabel — ¿tendría usted la bondad de decirme, si conoce a
las personas que anteanoche sorprendió hablando del asalto a la casa del señor
Vélez?
—Si —dijo
Luis con firmeza.
— ¿Quiénes
eran?
—Pedro y el Mayor
Iriarte.
Isabel se
puso mortalmente pálida.
— ¡Cuantas
gracias doy la divina Providencia que en ustedes, me puso dos ángeles de guarda!
Eran las cuatro de la tarde, cuando Isabel se dispuso a salir, Rosa y Jacinta se ofrecieron a acompañarla hasta su casa.
LA RECONPENSA
La tarde que
nos ocupa, Iriarte bastante contrariado, se paseaba sobre el puente viejo,
cuando distinguió un grupo de mujeres que se aproximaba. De súbito, su
semblante se demudó; acababa de reconocer a Isabel en medio del grupo que
venía.
—Señorita
—exclamó Iriarte con la maestría de un consumado actor — ¡Al fin! ¡Santos
cielos! La emoción, la alegría ahogan la voz en mi garganta. Hemos sufrido
tanto.
Isabel
estaba perpleja. ¿Era posible fingir tanto? ¿Podría llevarse tan lejos el
cinismo?
—Cuánto
siento haber sido causa de tantos sufrimientos, yo no sé cómo agradecerle.
—De todo me
hallo plenamente recompensado en este momento en que puedo contemplar otra vez
es el bello semblante y escuchar esas dulces frases. —Permita usted, que vaya a
preparar el ánimo de su papá, a quien una impresión demasiado fuerte en estas
circunstancias podría ser fatal.
—Sí, sí,
vaya usted, Iriarte.
Este partió
como una flecha.
Ya en la casa reunió a Doña Enriqueta y a don
Guillermo y les dijo:
—He tenido
la inmensa fortuna de hallarla –dijo Iriarte.
Cecilia
lanzó un grito de gozo.
—Gracias,
Dios mío gracias —exclamó don Guillermo.
—Nuestras
diligencias —dijo Iriarte- no podían menos que dar un resultado satisfactorio,
no se ha omitido medios ni sacrificios hasta dar con ella.
— ¿Con qué
le corresponderemos? —dijo doña Enriqueta llorando.
Don
Guillermo se levantó y estrechó entre sus brazos a Iriarte.
Doña
Enriqueta dijo:
—Lo cierto
es, que después de Dios, a Iriarte debemos el pronto regreso de Isabel.
En ese
momento se sintieron pasos. Isabel corrió hacia su padre, quien se lanzó a
recibirla con los brazos abiertos, exclamando:
— ¡Hija mía!
Las lágrimas
del padre y de la niña corrieron, mezclándose. Rosa y Jacinta lloraban también.
Entretanto Iriarte examinaba atentamente a Jorge, ¿sería éste el hombre que
salvó a Isabel?
Jorge, al
notar a Iriarte, sintió odio, repugnancia y desprecio. El Mayor leyó todo esto
en los ojos del joven, adivinó que todo lo sabía, alzó de nuevo los ojos para
enviarle un rayo de odio.
Isabel,
volviéndose su padre y señalando su joven amigo, dijo:
—Jorge es mi
salvador, padre mío, le debo más que la vida.
Don
Guillermo, corrió a estrechar la mano de Jorge.
—Las
palabras de mi hija obligan mi gratitud y no sé cómo recompensarle —dijo Latorre.
—Rosa y
Jacinta han sido mis protectoras —prosiguió Isabel.
Doña
Enriqueta, propuso pasar al salón y todos entraron, excepto Jorge y su familia
a quienes no invitaron. El Sr. Latorre dejó a su hija en el sofá y volviéndose
a Iriarte, dijo:
—Aproxímese usted,
hijo mío, quiero darle el premio que merece quien me ha devuelto lo que más amo
en la vida.
—Isabel,
hija mía —prosiguió don Guillermo —digno es Iriarte de ser tu esposo.
—Todo lo
sabe tu papá —se apresuró a decir Iriarte —he cumplido mi palabra de pedir tu
mano.
—Y se la he
concedido, hija mía, porque es digno de ti, porque tú le amas y para
recompensar sus buenas acciones.
Isabel había
perdido el color.
— ¿Qué es
eso, que tienes? —preguntó alarmado don Guillermo.
—Es un
vahído -repuso Isabel con voz desfallecida.
—Señorita
—dijo Cecilia entrando con un paquete de papeles atados con un listón rosa, en
la mano —el señor Jorge me ha encargado le entregue a usted esto.
—Papá —dijo Isabel, recobrando sus fuerzas —toma esos papeles y guárdalos, porque nos interesan demasiado.
PRINCIPIO DE UNA HISTORIA
El Doctor Félix
Peña recibe una carta de Lima de Enrique Velarde, hermano de Elena, quien le
informa que viajará a vivir en Arequipa con su hermana por motivos de salud, le
ruega alquilar una casa y guardar en secreto el matrimonio de Elena con
Iriarte.
Hortensia narra
a su hermana la siguiente historia.
—Como tú
sabes, cuando llegamos a Lima, mi papá alquiló un departamento. Y por
casualidad tuvimos como vecina a Elena Velarde, muy linda, pero su madre estaba
muy enferma con tisis en último grado y económicamente estaban en la ruina. Las
visitaba un joven de buena presencia llamado Alfredo Iriarte que pretendía
casarse con Elena. La mamá de Elena acepta el matrimonio por salir de la ruina
económica y se casan. Pero en plena ceremonia aparece la policía y se llevan
preso a Iriarte y lo deportan a Chile. Iriarte nunca más se acordó de Elena.
—La señora
se agravó, le restaban pocos días de vida.
-Por fin llegó Enrique. Los dos hermanos recibieron las bendiciones maternales, y la señora expiró. Elena se puso muy mal, pero se le salvó, quedó dañada del pecho y del pulmón.
SEGUNDA PARTE
DONDE LUCIANO OYE REFERIR UN EPISODIO DE SU VIDA
Sorprendemos
una conversación entre Luciano, amigo de Iriarte y Carlos, novio de Sofía.
—A propósito
-¿Sabías que la hija de don Guillermo de Latorre se casa con Alfredo Iriarte?
—Buen
farsante —dijo Carlos.
— ¿Por qué
te expresas así de un joven tan bien recibido en la sociedad?
—Porque
tengo muy presente la infame intriga de su falso matrimonio en Lima.
Luciano se
demudó.
— ¿Cómo, tú
sabías?
—No he
olvidado los pormenores de aquella farsa.
Tendrás presente —dijo Carlos —que el principio de nuestra amistad tuvo
lugar en Lima, casi fuimos hermanos.
—Sí, todo
eso lo recuerdo muy bien.
—Un día
después de almorzar llegó un criado que venía de Lima y te entregó una carta,
la leíste y Luego le preguntaste al criado, Pedro ¿has traído caballo? Como el
criado te dijo que si, tomaste el sombrero y saliste sin decirme nada. En tu
aturdimiento olvidaste guardar la carta.
— ¿Y tú la
recogiste?
—Has
acertado. —La leí y como estaba dirigida a ti, firmada por Iriarte. La
guardé.
— ¿Y la
conservas?
—No te lo puedo asegurar —dijo Carlos.
LA PEQUEÑA CASITA.
Era una
mañana de septiembre.
Enrique y su
hermana Elena ya vivían en Arequipa junto a la casa del Dr. Peña, Ella parecía
contar 20 años de edad, y era muy hermosa.
— ¿Te
sientes mejor? —Preguntó Enrique. Pero aquí viene
el doctor Peña.
— ¿Cómo sigue
la enferma?
—Buena ya,
doctor.
—No tanto,
no tanto —dijo el doctor observando el pulso con detención.
Luego
Enrique acompañó al doctor hasta la puerta y le pregunto en reserva.
— ¿Cómo
encuentra Ud. a mi hermana?—Mejor, la tisis no avanza, acaso pudiera ser curada.
— ¡Oh! Gracias doctor —dijo Enrique.
REMORDIMIENTOS
Varios meses
han transcurrido desde la tarde en que Jorge llevó a Isabel a casa de su padre.
Las violentas impresiones que ésta ha experimentado, la han postrado en cama.
La fiebre más
ardiente se apoderó de ella. Don Guillermo, sentado en un sillón controla sus
pulsaciones.
Entonces una
mano misteriosa descorrió el velo del pasado. Se vio joven. Don Guillermo en
una huerta de manzanas en Yanahuara conoce a Carmen, niña hermosa de 16 años.
Don Guillermo se enamora y para poderla hacer suya le ofrece matrimonio y ella
acepta casarse en secreto. El párroco de Yanahuara celebró el matrimonio.
Pasaron dos meses ocultos llenos de pasión y comienza a llegar el cansancio.
Don Guillermo no podía continuar así y decide escapar a Europa con la ayuda de
su familia que no sabía nada del matrimonio, pero Carmen le reclama porque ya
estaba embarazada. Don Guillermo le da la mitad de una cadena de oro como
contraseña y le firma un documento donde reconoce que Carmen es su esposa
legítima y que el hijo que está por llegar es suyo. Al día siguiente partió.
Cuatro años permaneció en Europa, dos en la República Argentina; después pasó a
Lima donde permaneció algunos meses; en seguida su padre lo llamó Arequipa. Para
que contrajese matrimonio con la señorita Isabel Cádiz Rodrigo, que a su belleza,
se unía la cualidad de ser única heredera de cien mil pesos fuertes. Guillermo
la vio y la amó, y como fuese correspondido, en menos de tres meses se celebró
la boda. Los novios partieron a Lima. Al año siguiente regresaron, y tuvo lugar
el nacimiento de Isabel.
Entonces
Carmen se dio cuenta de toda la magnitud del delito cometido por Guillermo, se vio
impotente para acreditar los legítimos derechos de su hijo, no pudo resistir el
golpe tan terrible y sucumbió, transmitiendo su secreto y su juramento a su anciano
padre.
Mientras tanto, Latorre aparecía tan feliz como un hombre honrado y rico.
UN COMPROMISO INELUDUBLE
Jorge estaba
en su cuarto y tocaron la puerta. Era Enrique, el hermano de Elena, se
abrazaron efusivamente y luego le informa que él y su hermana estaban ya cuatro
meses viviendo en Arequipa.
—Vengo a
pedirte un favor _dijo Enrique —Quiero que retrates a mi hermana.
_El sufrimiento físico acabará por marchitar
su belleza, antes que eso suceda quiero que la retrates — ¿Ya ves? —No debemos
perder un día.
Jorge
comprendió que algo debía decir.
—Tienes
razón, no se debe perder tiempo.
—Entonces
con tu permiso voy hacer llevar este caballete a casa. ¿A qué hora puedes ir
mañana?
—A la una
—respondió Jorge.
Cuando Jorge
quedó solo se oprimió las sienes con ambas manos.
— ¡Ver a
Elena! —Dijo — ¡Verla mañana! ¡Retratarla yo mismo! ¡Señor, ten piedad de mí!
Enrique
entró en la habitación de Elena que estaba acompañada por Hortensia.
—A que no
adivinan porque he traído este aparato. Esta prenda pertenece a un amigo mío y
tuyo. ¿Tienes tan poca memoria que has olvidado al eximio artista de 15 años, a
tu hermano de leche?
—No, no lo
he olvidado.
—He quedado
en ir a traerle mañana a la una del día, viene a retratarte.
— ¿A mí?
—Exclamó Elena, estoy enferma —añadió para justificar su negativa.
—Justamente,
aprovechando de tu casi completo restablecimiento es que deseo hacerte
retratar.
—Sea-repuso Elena con la resignación de los mártires.
DONDE LOS ESPECTADORES NO SE APERCIBEN DEL DRAMA
Elena se
levantó temprano al día siguiente. Jorge iba a verla después de siete años de
ausencia. En vano trataba de sujetar los latidos de su corazón.
En este
momento se sintieron pasos. Jorge y Enrique aparecieron en la puerta principal.
Elena lo miró y vio al mismo bello Jorge de su infancia, con la sola diferencia
de ser ahora un joven en toda la plenitud de su vida.
—Aquí tienes
a Elena —dijo Enrique—da comienzo a tu obra, Jorge.
Por algún
tiempo un profundo silencio reinó en la habitación. Jorge comenzó su trabajo.
—Son las
2:30. Déjalo, Jorge, para mañana; Elena necesita descansar.
Mañana estaré aquí a la misma hora.
LA ENTREVISTA
Isabel cita
a Jorge a su casa para aclarar algunas dudas.
—Cuánto le
agradezco el que haya venido -dijo la joven con dulzura.
—Me inspira
usted una confianza ilimitada; más que un amigo veo en usted un hermano.
Éste es el
favor que solicito de usted Jorge, que me descubra toda la verdad.
—Dígame
usted ¿qué compromiso le liga a Iriarte con otra?
—Repito lo
que le dije: Alfredo Iriarte es casado.
Y además es
el autor de toda esta farsa, el redactor y falsificador de esas cartas
comprometedoras, el calumniador de la familia Vélez, el introductor de las
armas que allí aparecieron, no es otro que Alfredo Iriarte.
Isabel hizo un
movimiento de espanto.
—Dios
dispone que los malvados dejen siempre huellas de sus crímenes —continuó el Jorge
—por eso vino a mis manos el pliego de instrucciones escritas que Iriarte dio a
su cómplice.
—Démela
usted, démela usted.
—No la tengo
aquí. Ella servirá a su debido tiempo
Isabel
abandonó el jardín se dirigió al estudio de su padre.
—Papá, soy muy desgraciada. ¡Alfredo es un infame!
VOZ DE LA CONCIENCIA
Sin que
Isabel lo sospechara, don Guillermo de Latorre había asistido a su entrevista
con Jorge, oculto entre las ramas. En sus oídos zumbaron las tremendas
revelaciones de Jorge.
Cuando la entrevista tocó a su fin, don Guillermo abandonó su observatorio, entró en su cuarto y se dejó caer en una silla. Minutos después entraba Isabel y se arrojaba llorando en sus brazos. Don Guillermo la estrechó contra su pecho, sintiendo que se le desgarraba el corazón.
SEGUNDA ENTREVISTA
Jorge vuelve
a ser citado por Isabel.
—Gracias por
venir Jorge.
—Aquí está
el documento que me pidió usted.
—Esta es la
prueba de una parte de los delitos de Iriarte.
— ¿Ha
referido usted esto al señor Latorre?
—Todo Jorge,
todo. Tiene plena fe en sus palabras, y está resuelto a despedir a Iriarte.
-Al fin.
—Ahora Jorge
lo veo muy triste, — ¿No merezco su confianza?
_Claro que
sí_ dijo Jorge.
—Usted
recordará la historia de aquella niña que fue mi ilusión primera.
—Siempre la
tengo en mi memoria.
—Pues bien,
Elena está muy cerca de mí —huérfana y atacada de cruel enfermedad, ha venido a
Arequipa en busca de la vida, —exclamó con desesperado acento el pintor.
_ ¿Pero no
hay esperanza?
_Está muy
delicada — Y la amo más que nunca.
En este
instante, Isabel lanzó un pequeño grito: porque abriéndose las ramas de la
izquierda, dieron paso a un hombre que de pronto no pudo reconocer y que,
agitado y con un envoltorio en la mano, se detuvo ante ella.
— ¡Infelices!
—Son hermanos, aquí están las pruebas. —abre este paquete y verás que tú eres
Jorge de Latorre, hijo primero y legítimo de don Guillermo de Latorre y hermano
de esta señorita a quien acabas de decir que amas.
Jorge
arrebató de manos de su tío el paquete y al abrirlo cayó al suelo un objeto
pesado y brillante que Isabel se apresuró a recoger.
—El
complemento de la cadena de mi papá, exclamó.
—Y la
constancia de que le pertenece, y la copia certificada de su partida de
matrimonio con mi hermana Carmen, y la del bautismo de Jorge, —dijo el
artesano.
—Luego es
cierto —exclamó Isabel en un transporte de gozo.
—Son
hermanos; lo juro por mi padre, por tu madre, por Dios que lo escucha, —dijo
con acento enérgico el artesano.
—Jorge
hermano mío.
—Isabel,
querida hermana de mi alma.
Ambos
jóvenes se arrojaron el uno en brazos del otro. De pronto, saliendo de entre los jazmines, apareció
el señor Latorre, pálido, demacrado, y convulso.
—Papá, ya no
soy tan desgraciada. ¡Jorge es mi hermano! Latorre, sin fuerzas para luchar con
el impulso de la naturaleza, los estrechó contra su pecho diciendo de un modo
indescriptible:
— ¡Hijos
míos! —Estos papeles, -dijo don Guillermo mirando a Jorge -te pertenecen, así
como mi amor, mi nombre, y mi fortuna.
—Con tu
cariño y el de mi hermana, me bastan -repuso Jorge -abrazando de nuevo a don
Guillermo, que cada vez más conmovido, le estrechó con fuerza.
—Dios le
bendiga, señor, — dijo José quitándose el sombrero y profundamente afectado.
En ese
momento entró doña Enriqueta y dijo:
—Isabel,
aquí está Iriarte que desea verte.
Isabel se dirigió a abrir personalmente la puerta.
CUANDO SE ROMPE UN CORAZON
Jorge se
encerró en su cuarto, procurando ordenar sus ideas y cerciorarse de que no era
sueño lo que sucedía. ¡Hijo legítimo de don Guillermo de Latorre! ¡Hermano de
Isabel! ¡Inmensamente rico! ¿Era creíble? Latorre acababa de llamarle su hijo,
y de proclamarle el dueño de su apellido y de su fortuna. Entre sus manos tenía
todos los documentos necesarios para hacer valer sus derechos.
Luego visita
la casa de Elena y frente a ella dijo:
—Elena,
Elena mía, vuelve en ti y dime que me amas.
Hortensia,
que acababa de entrar y que a espaldas de Jorge había escuchado el final de su
delirio, le dijo:
_Váyase
Jorge váyase, Elena es la desventurada esposa de Alfredo Iriarte.
Jorge
retrocedió dos pasos, miró a Hortensia de un modo extraño y dijo:
—Mentira,
mentira.
—Joven
ningún interés tengo en engañarle; lo que acabo de decirle es por desgracia
cierto, y nada me será más fácil que probárselo.
El joven pintor cogiendo maquinalmente el sombrero se encaminó a la puerta. Caminaba sin saber cómo, su cabeza daba vueltas. Perdió la luz de sus ojos y cayó exánime sobre la vereda de la calle. Alguien pasó y dijo que estaba borracho.
IRIARTE ES DESCUBIERTO
Don
Guillermo de Latorre presa de la mayor agitación había escuchado toda la
conversación de sus dos hijos. —Adelante, hija mía —dijo.
La joven
entró.
— ¡Dios mío!
¿Estás enfermo, papá?
—Tú
comprendes, hija mía, que después de lo que ha sucedido.
—Sí, tienes
razón, yo también estoy sumamente impresionada. ¡Jorge, mi hermano! ¡A veces lo
creo un sueño! Mi hermano Jorge es el ángel protector que Dios me envía. Lee
este documento y verás en qué abismo hubiera caído. Latorre tomó el papel que
le presentaba Isabel y leyó: era el documento de instrucciones que escribió
Iriarte para el complot de Carmen Alto.
— ¿Qué se ha
propuesto este miserable? —Exclamó, lleno de ira, don Guillermo.
—Te suplico,
papá que evitemos un escándalo; Hace un instante he apurado todo un cáliz de
amargura al ver a Iriarte y le he dicho claramente que he desistido de nuestro
enlace. He dado el primer paso para despedirlo, te toca ahora apoyarme.
En ese
momento entró bruscamente doña Enriqueta.
— ¿Has visto
la insolencia? —Dijo, dirigiéndose a su hermano —acaban de notificar que desocupemos
la casa para construir una trinchera.
—Olvidé
decirte que ya tenemos casa donde trasladarnos, frente al doctor Peña.
—Pues hoy mismo que principien a trasladarlo todo.
LUZ DE LA ETERNIDAD
Hacia la
mitad del día siguiente, Fray Antonio Robles llegaba junto con Enrique a la
casa de Elena.
La fiebre
había sido cortada. Y estaba en el pleno uso de sus facultades. Toda la familia
del doctor peña la rodeaba.
— ¡Padre
mío!
— ¡Hija mía!
—Pida usted
a Dios, padre mío, que me dé paz y descanso; pida usted también por la
felicidad de Jorge.
Todos se
miraron.
—Enrique, te
dije que le busques y le digas que me olvide —agregó Elena con indefinible
amargura.
— No se
puede —dijo con gravedad Fray Antonio.
— ¿Por qué?—
Preguntó.
—Porque
Jorge Latorre ha muerto. Sí, hija mía—respondió doña Luisa con resolución —
Jorge de Latorre ha muerto.
Sucedió un
silencio imponente. La intensa mirada de Elena fue perdiendo poco a poco su
fuerza hasta que se veló y entornó los párpados.
—Abordemos,
hija mía, las disposiciones del cielo.
Como si se
hubiera quitado el dique de las lágrimas todos rompieron a llorar
inconteniblemente.
Media hora después recibía la absolución sacramental de manos del religioso.
EL DR. PEÑA LEE A LATORRE UN SUELTO DE EL COMERCIO
En la noche
de este día doña Luisa, Mercedes y el doctor Peña reunidos en el salón de su
casa comentaban los acontecimientos acaecidos, cuando tocaron la puerta. El
doctor abrió y se encontró con su nuevo vecino. Don Guillermo Latorre,
manifestó que venía a ofrecer sus servicios si para algo lo consideraban
útiles.
Doña Luisa
expuso el pesar que tenían por la prematura muerte de Elena Velarde
— ¿No hay
pues esperanza de salvarla?—preguntó.
—Está al
final del último periodo de la tisis.
Latorre
parecía dominado por una idea fija.
—Usted Doctor
que ha realizado muchos viajes a la capital, quizá conoció en Lima a la familia
Iriarte.
—Al único
Iriarte que he conocido es Alfredo.
—Félix y
Hortensia son sus padrinos de matrimonio –dijo doña Luisa.
— ¿Es casado
ese joven? —preguntó don Guillermo.
—Casado con
la infeliz Helena _repuso el doctor peña con natural aplomo.
— ¿Elena
Velarde?
—Es la
infortunada esposa de Iriarte.
Don
Guillermo hizo un movimiento de sorpresa.
—Iriarte fue
aprehendido la misma noche de las bodas y desterrado a Chile, no volvió a
acordarse de su esposa ni con una carta. Mercedes, hija mía, tú debes conservar
el número del “Comercio” que se ocupa de este hecho.
—Si papá.
Mercedes
volvió trayendo un periódico bastante ajado que entregó a su padre. El Comercio
narraba la detención de Alfredo Iriarte en plena boda y su destierro a Chile.
Terminada la
lectura el doctor peña pasó el periódico, a Latorre diciéndole:
—Sí, usted
gusta puede llevarlo.
—Lo admito,
deseo que mi familia se imponga de este suelto — ¡Cuánto engañan las apariencias,
amigo mío!
Don Guillermo no prolongó más allá; de algunos minutos su visita y se despidió renovando sus ofrecimientos.
UNA BOMBA QUE HACE EXPLOSION
Volvamos
donde la familia Vélez. El padre continuaba preso. Doña Constanza y sus dos hijas
estaban en el salón cuando entraron Luciano e Iriarte. Luciano comenzó a
cortejar a Sofía en forma inapropiada e insultante. En estos momentos apareció
Carlos el novio de Sofía, ella lanzó un grito de gozo e involuntariamente
rompió a llorar. Doña Constanza preguntó
— ¿Qué es lo
que pasa aquí?
—Lo que pasa
señora es —dijo Carlos con terrible calma – ¡Que estos dos miserables! se han
atrevido a insultar a las señoritas.
— ¡Silencio!
Gritó doña Constanza —salid de aquí.
—Si —dijo
Carlos —pero antes demostraré quiénes son estos señores. Pido venia a la señora
para leer unas cuantas líneas. Y leyó una carta que Iriarte le envía a Luciano
donde le pide que se disfrace de cura para celebrar un matrimonio con La Srta.
Elena Velarde en Lima.
—Qué horror
—exclamaron al unísono las tres mujeres.
—Un momento
Carlos -dijo Sofía, — ¿tienes inconveniente en prestarme por algunas horas esa
carta?
—Ninguno.
Una vez que
Sofía estuvo sola en su dormitorio, dijo lo siguiente:
-No quiero ser cómplice con mi silencio de la desgracia de Isabel; que
conozca bien a su novio y después que decida.
Mientras todo esto tenía lugar, don Guillermo de vuelta a su casa llamó a su hija y la puso al corriente de todo. Latorre acordó con su hija escribir a Iriarte una carta terminando el compromiso de matrimonio.
SIN ESPERANZA.
Retrocedamos
al momento en que Jorge es conducido en hombros de algunos paisanos hasta su
casa.
Los doctores
declararon que tenía “apoplejía. A los tres días, le declararon fuera del
peligro.
Rosa entró
con una carta de Isabel donde le pedía ir a su casa a las ocho.
Las ocho
daban cuando Jorge se detuvo al pie de la cerca de la huerta. De un salto se
puso encima del muro, descendiendo al interior. Al mismo tiempo salió Iriarte
del oscuro dintel de una casa vecina y se lanzó sobre la muralla sin hacer
ruido.
—Ahora, señorita Isabel, seremos dos los que acudamos a la cita —dijo y resueltamente se metió dentro.
TERCERA ENTREVISTA
Isabel oyó
dar las ocho y se sentó a esperar.
—Buenas
noches.
—Hermano
mío.
Los dos
hermanos se abrazaron.
-¡Hay,
Jorge! No sé qué será de mí ahora que he roto mi compromiso.
— ¿Lo has
desengañado ya?
—Completamente;
nuestro padre le ha escrito diciéndole que he desistido, antes se lo había
dicho yo.
_Que bien
_dijo Jorge.
Isabel
sonriendo sacó del bolsillo de su bata un estuche.
_ ¿Te acuerdas
que tu tío José trajo una cadena rota envuelta en los papeles? —Pues bien,
ahora tu padre te la obsequia completa en recuerdo de esa tarde.
—Jorge,
quiero que ames mucho a tu padre. —Continuó la joven —Que aceptes esta cadena
como prenda de alianza y cariñoso recuerdo. —Toma —dijo entregándole la cadena
en su estuche.
—Gracias,
hermana mía, —dijo Jorge
Y luego
salto al muro y a la calle.
— ¡Alto ahí!
De improviso
se siente sujetar por los brazos
— ¡Sujeten a
ladrón! ¡Sujeten a ladrón!
_Esto es una
infamia —dijo Jorge.
— ¡Silencio!
—Gritó un soldado dándole un culatazo.
Una
carcajada resonó a su espalda. Jorge exhaló un rugido de ira, había reconocido
la voz de Iriarte.
Iriarte le
registraba los bolsillos y sacando el estuche dijo:
—Esto pillabas,
pícaro a mi futuro suegro ¿lo ven ustedes? — ¡A la cárcel —gritó Iriarte.
—A la cárcel —replicaron los soldados arrastrándole a viva fuerza y dándole de culatazos.
TEMPESTAD DESHECHA
Después de
almuerzo, las hermanas Sofía y Elvira Vélez visitan a Isabel.
— ¿Hay
esperanza de que salgan a los prisioneros? —preguntó Isabel.
—Ni la más
remota, hermanita.
En ese
momento doña Enriqueta dijo:
—Ven, Isabel
que se te necesita.
Las tres
niñas entraron y se encontraron con Iriarte y doña Enriqueta.
—Hace tiempo
—dijo Elvira -que el señor Iriarte nos aseguró que ningún compromiso le ligaba
a Isabel.
—Sí, lo he
dicho; porque hace tiempo que la señorita consagra a otro su corazón y tengo
testigos que han visto entrar furtivamente a un hombre al jardín de la señorita
Latorre y pasar con ella horas enteras. Ese hombre se halla en la cárcel por
ladrón; porque un hombre que escala de noche las paredes de una casa, y a quien
se le encuentra en el bolsillo una alhaja no puede ser otra cosa que un ladrón.
Las pruebas
del robo están en la policía, donde se halla una hermosa cadena con brillantes
que dice: año 1825 Guillermo de Latorre.
—¡Miserable!
—Exclamó Isabel.
Como se ve,
Iriarte se había desbordado y su único desahogo consistía en humillar a aquella
familia.
En ese
momento tocaron la puerta. El doctor Peña y Hortensia entraron. Iriarte sintió
algo terrible al ver a los padrinos de su boda.
De improviso se abrió una de las mamparas interiores y don Guillermo de Latorre, pálido, ojeroso, apareció en el salón.
LUCHA TREMENDA
La sorpresa
fue general al ver la transformación operada en su semblante en un solo día,
había envejecido. Latorre saludando a todos con una inclinación, se dirigió
donde estaba su hija, se sentó a su lado.
—Todo lo he
oído —dijo el anciano, fijando una terrible mirada en Iriarte. Escuchen todos
—dijo esforzándose el anciano —Iriarte contrajo matrimonio en Lima, los
padrinos de su boda están presentes.
Hortensia y
su padre inclinaron la cabeza en señal de asentimiento. Iriarte no sabía qué
decir.
—La
desgraciada esposa, la inocente Elena está expirando —dijo, como algo profético
el anciano— Pero no es aún lo más horripilante —añadió — hay algo más
espantoso, y es, que todo fue una farsa, que ese matrimonio no fue real.
— ¿Cómo?
¿Qué? —Exclamaron a la vez Hortensia y el doctor Peña.
—Las pruebas
—gritó Iriarte.
—Aquí están
—dijo Sofía sacando de su faltriquera la carta original de Iriarte.
Éste lanzó
un rugido.
—Aún hay más
—continuó Latorre-, procurando una ruin venganza, trató de envolver a mi
familia en la deshonra de una intriga político- amorosa, como pueden verlo por
las instrucciones dadas a su ordenanza en este documento.
Don
Guillermo agregó:
_Jorge es mi
legítimo hijo, hermano mayor de Isabel.
—Gracias a
Dios —exclamó la joven abrazando a su padre.
—Eso es, eso
es —dijo el doctor Peña.
Iriarte que
no esperaba esta confesión, se quedó inmóvil.
Todas las
miradas de desprecio cayeron sobre Iriarte.
—Por su
causa -dijo don Guillermo —estas niñas —indicando a las Vélez —son víctimas de
toda clase de sufrimientos, mientras su padre está en el fondo de un calabozo,
merced a sus maquinaciones ¿Puede haber un ser más criminal que éste?
—Si lo hay
—dijo Iriarte irguiéndose como la víbora- si lo hay, y es el padre
desnaturalizado que abandona a su esposa y al hijo legítimo usurpándole el pan
de la infancia.
Al oír esto
don Guillermo se trastornó. Todos los ojos se volvieron a él esperando el
estallido de su indignación. Pero sólo hallaron un semblante lívido, unos
labios blancos y temblorosos.
— ¿Qué
merece —continuó Iriarte—el hombre que cierra al hijo las puertas de su casa
obligándole a entrar por las paredes como un malhechor?
— ¡Mentira!
—Gritó Isabel exasperada.
En ese
momento tocaron la puerta y dos agentes de policía se presentaron.
—Señor —dijo
dirigiéndose a don Guillermo —venimos a informarnos del robo perpetrado anoche
en su casa.
—Aquí no ha
habido ningún robo, el que tenía la cadena es mi hijo.
—Jorge es mi
hermano —dijo Isabel levantando la voz —yo, con permiso de mi papá le obsequie
esa cadena.
Iriarte
gozaba inmensamente, con esta escena.
—El parte
que usted debe pasar es, que hechas las indagaciones resulta que dicho joven es
hijo legítimo del señor Latorre.
Los
comisarios, cumplido su deber se retiraron. Don Guillermo recuperando sus
sentidos y viendo a Iriarte dijo:
—Su cobarde
venganza está satisfecha. Su castigo lo dejo a la Providencia.
Iriarte interrumpió con una carcajada.
COMO SE VA UN ANGEL
Era el 5
marzo 1857. Era un poco más del mediodía. Elena había entrado en agonía. Fray
Antonio sentado a su cabecera recitaba las oraciones de los agonizantes. Doña
Luisa, Hortensia y Mercedes rodeaban el lecho implorando la misericordia de
Dios sobre aquella inocente niña. La habitación parecía un oratorio.
El sacerdote mandó encender el cirio de la buena muerte. Un sobrecogimiento tan profundo se apoderó del ánimo de los presentes. Elena quedó completamente tranquila. El sacerdote oró un momento en silencio. Minutos después nada se oía. Todos se arrodillaron. Elena acababa de expirar.
LA MAYOR INFLUENCIA
Terminada la
dolorosa misión de Fray Antonio, a las ocho de la noche entraba en casa del General
Vivanco.
— ¿A qué
debo el gusto de ver por aquí a Vuestra Paternidad?
—Vengo, Excelentísimo
Señor, con un mensaje de la señorita Isabel Latorre.
Al pedido de
libertad para Jorge Latorre que Isabel hacía, se sumaron el de Javier Sánchez,
Benito Bonifáz y el propio Intendente.
—Todos mis
amigos parecen haberse convertido en sus abogados —dijo sonriendo el Jefe Supremo.
—A ver, Mayor
Iriarte —extienda usted una orden para el prefecto diciéndole que
inmediatamente de libertad al joven Jorge de Latorre, conocido hasta hoy por
Jorge Flores.
El jefe
supremo reviso la orden, la firmó y entregándosela al religioso dijo:
—Tenga Vuestra Paternidad la bondad de decir a la señorita Latorre que sus deseos están cumplidos.
JORGE
Se
descorrieron con estrépito los cerrojos, y un oficial acompañado del Alcaide
llamo al preso Latorre.
—Está usted
libre, por orden del Jefe Supremo —dijo el Alcaide.
Jorge echó a
correr hacia la puerta de la calle y maquinalmente tomó el camino de la casa de
Elena.
Había
llegado. Penetró en el patio perfumado y vio el salón del frente abierto y
profusamente iluminado. Penetró sin vacilar, y a dos pasos de la puerta quedó
petrificado. Sobre la cama descansaba Elena, vestida de blanco y ceñida por la
cintura con un listón celeste. Parecía dormir sonriendo; pero sus mejillas
estaban con esa palidez sin igual de la muerte.
Jorge, inmóvil cerca de la puerta, había tomado el color del mármol; sus ojos con expresión indefinible fijos en el semblante de Elena. Durante cuatro horas, Jorge lloró a los pies de Elena; pero de improviso, en el fondo de su alma aletargada resuena una voz, es la de la patria que pide auxilio, y entonces se levanta casi por instinto. El enemigo está encima. Los hijos de Arequipa corren a las trincheras a defender su ciudad querida, a ofrecerle el tributo de su sangre y de su vida. Los campanarios de todos los templos tocan a la vez a rebato. El tambor de “los inmortales” ha resonado. Jorge, casi fuera de sí, contempla por última vez a Elena y abandona el salón precipitadamente, sin volver la cabeza se lanzó a la calle.
HEROISMO Y MARTIRIO
Después de
siete meses de sitio, Castilla se decidió a atacar. Las hostilidades comenzaron
el 5 de marzo en la noche, mientras el General Vivanco dormía, las tropas de
Castilla tomaron la parte alta de Arequipa. Después de tres días de desigual
combate, en que el pueblo de Arequipa sacrificó a sus mejores Hijos, cayó
derrotada y Castilla entró triunfante por las calles de la ciudad. Jorge el
hijo del pueblo fue gravemente herido por la espada traidora de Alfredo Iriarte
y se le dio por muerto. Fray Antonio recogió al herido y lo llevo a su celda,
ahí se recuperó durante 3 meses.
Castilla dio
un decreto infame liquidando a Arequipa como ciudad, anexándola a isláy que
pasó a ser la Capital.
Pero este despropósito se anuló en poco tiempo y todo volvió a la normalidad. El General Vivanco decepcionado y armado de su pasaporte se fue de la ciudad, y Alfredo Iriarte se pasó al otro ejército.
LA ÚLTIMA BATALLA
El doctor Peña
declaró que Latorre estaba grave y debía arreglar sus asuntos.
Salió, pues,
Cecilia en busca de Fray Antonio. Cuando éste entró en la casa, Isabel rompió a
llorar.
— ¡Padre mío!
¡Qué desgraciada soy! He perdido a mi hermano y mi padre va a morir.
—No es
cierto, hija, Jorge vive.
Isabel lanzó
un grito de gozo.
—Padre mío
—exclamó la joven — ¿Es cierto que mi hermano vive?
—Muy cierto,
hija mía, pero vamos a don Guillermo.
Hora y media
duró la confesión de don Guillermo.
—El señor de
Latorre desea hacer un testamento llamen al Dr. Peña—dijo Fray Antonio.
—Doctor,
Dios se ha compadecido de mi dolor, mi hijo Jorge vive.
— ¿Es falsa
la noticia de su muerte? —Dijo el doctor Peña.
—Si la
divina Providencia le ha salvado —dijo Fray Antonio.
—Doctor, un
escribano y los testigos que usted tenga a bien —dijo Latorre.
_ Isabel:
-Padre mío
—repuso la joven.
— ¿No es
cierto que amas mucho a tu hermano?
—Con toda mi
alma.
—Dios le
conserva la vida para que sea tu apoyo. Enséñale a perdonar a su padre. Dile
cuán terrible ha sido mi expiación; él es bueno y generoso, él me perdonará.
Isabel inclinó la frente y un raudal de lágrimas brotó de sus ojos.
Latorre comenzó
diciendo:
-Declaro que
en primeras nupcias fui casado con doña Carmen Flores.
El doctor Peña
extendió allí mismo un certificado declarando que don Guillermo de Latorre en
el momento de testar se hallaba en el cabal uso de sus facultades
intelectuales.
Don Guillermo continuó haciendo en paz su testamento.
TRANCE DOLOROSO
Don
Guillermo firmó al pie de su testamento, en seguida el escribano y los
testigos. El doctor Peña quedó nombrado albacea. Nada turbaba el silencio de la
estancia, si no la respiración fatigosa del enfermo.
— ¡Se muere
el caballero!
—Papá, papá.
Era inútil.
Don Guillermo de Latorre había dejado de existir. — ¡Padre! ¡Padre Mío! ¿Qué va
a hacer de mí?
Doña Luisa, Hortensia y Mercedes rodearon a Isabel instándola para que accediese a irse con ellas. Fray Antonio aconsejó a Isabel con cierta autoridad paternal, que admitiese la generosa oferta que se le hacía.
LA PRIMERA SALIDA
Tres meses
han transcurrido aproximadamente desde la toma de Arequipa. Jorge casi del todo
restablecido, se fue a la casa de José en Santa Teresa. Hasta allí llegó
Isabel.
—Hermano mío
—dijo Isabel, estrechándole contra su pecho — Nuestro padre ha muerto.
— ¿Ha muerto?
—dijo Jorge
—Sí, ha
muerto, te declaró hijo suyo legítimo ante las leyes y ante la sociedad.
Jorge no
respondió.
—En sus
últimos momentos —continuó Isabel—, le auxilió Fray Antonio, él nos dio la
nueva de que vivías;
—Así me
quedé huérfana, sola en el mundo, sin otro amparo que el de Dios.
— ¡Hermana
mía! ¡Qué desgraciados somos! ¿No es verdad? —dijo Jorge.
Eran las
cinco de la tarde cuando Isabel y Cecilia se despidieron.
Jorge
penetró en su habitación, las tinieblas se habían extendido por el pequeño
cuarto. Pero en ese momento, saltando por la ventana, un hombre cayó dentro del
cuarto, casi a sus pies, diciendo con voz aterrada:
— ¡Favorézcame,
por Dios!
El hombre
que tenía delante era Alfredo Iriarte.
A Iriarte lo
trasladaban a la cárcel. Al atravesar una bocacalle, se escapó y corrió calle
arriba. No tenía dónde refugiarse. De repente vio una puerta entreabierta, y
sin más se lanzó dentro de la casa. Vio una ventana, corrió a ella y saltó
dentro clamando:
—Favorézcame por Dios.
LA FUGA DE IRIARTE
Iriarte
estaba tan aturdido que no sabía quién era la persona a quien pedía amparo.
Jorge se había quedado inmóvil al reconocer al más odiado de sus enemigos.
—Sálveme
usted —continuó éste, juntando las manos — he fugado de la prisión y los
soldados me persiguen; ocúlteme Ud. por lo que más ame en la tierra.
Jorge soltó
una horrible carcajada. Iriarte reconoció a su víctima, y lleno de espanto
retrocedió. ¿Era Jorge de Latorre o su sombra que se alzaba de la tumba?
—Cuanto amé
lo destruiste, —dijo Jorge con voz ronca — hoy solo quiero venganza.
—Perdón —dijo
Iriarte.
Jorge cual
pantera se abalanzó sobre Iriarte y le tomó por el cuello con ambas manos.
— ¿Crees que
te voy a matar? No te daré ese placer. Tu muerte no sería para mí una venganza,
¡asesinaste a Elena!, ¡Asesinaste a mi padre!
Jorge
insensiblemente había ido apretando la garganta de Iriarte de modo que éste
adquirió un color amoratado y lanzó un gemido de dolor. De pronto apareció
Jacinta y dijo: —No sé qué calumnia nos han levantado, toda la casa está
rodeada de soldados.
Jorge soltó Iriarte y lo escondió con desprecio en un armario.
IRIARTE PRESO
Luego
ingresaron al cuarto varios soldados—Ha fugado un preso y se le ha visto
refugiarse en esta casa.
—Pero, si
aquí no hay nadie —decía Jacinta.
-A registrar
la Huerta -ordenó el jefe. —el gallinero, la cocina.
—Estas
mujeres le habrían escondido.
—A registrar
este cuarto —dijo el oficial.
—Estoy
convencido; —dijo el oficial mirando a Jorge—, que la cólera del señor Subprefecto
excitada con la fuga de Iriarte, solo podrá calmarse si le llevo preso a un
vivanquista tan decidido como usted.
— ¡Prendedle!
— Gritó el oficial.
—No hay
necesidad —dijo Jorge.
-¿Qué ha de
sucederme? —Dijo Jorge — ser aprehendido por haber defendido la ciudad en que nací,
es honroso, tengo la conciencia del deber cumplido y nada temo.
—Adiós, Rosa,
adiós Jacinta —dijo Jorge.
En ese
momento se levantó la cortina y Alfredo Iriarte, precipitándose al centro, se
colocó en medio de los soldados, diciendo:
—Soy yo a
quien deben prender, no ha Jorge.
Un grito
unísono se escapó de todos los pechos.
—Jorge -dijo
Iriarte—, el heroísmo de su virtud ha trocado mi pervertido corazón. Yo, nunca
había visto otros ejemplos que los del vicio, por eso he sido perverso. Nunca
olvidaré la lección de hoy.
—Oigan bien
todos, los que están presentes; muy merecida es la situación en que me hallo y
la suerte que me aguarda; porque he sido un monstruo.
-¡A la
cárcel! —gritó el oficial indignado.
Iriarte
sonrió con amargura. Los soldados le rodearon.
—Diga usted a
su hermana que ruegue a Dios por el que tantas lágrimas la ha hecho derramar
—le dijo Iriarte, despidiéndose de Jorge.
Todos se pusieron en marcha.
LA ESPOSA SAGRADA
Era una
tarde de diciembre, Las campanas del Monasterio de Santa Catalina echadas al
vuelo. Las grandes puertas de su templo estaban abiertas de par en par, dando
paso a las oleadas de gentes.
—Que linda
está.
—Parece un
ángel.
El órgano
resonó lleno de majestad y dulzura, y un coro de voces femeninas entonó sagrado
cántico. Isabel Latorre subió sola y ligera las gradas del presbiterio y largo
rato permaneció postrada ante el altar radiante de luces; los sacerdotes habían
salido a recibirla, revestidos con sus sacros ropajes.
Es costumbre
que en tales casos, la persona más allegada bendiga a la novicia que va a
consagrarse a Dios.
— ¿Quién es,
quién es? —preguntaron varios.
—Su hermano
Jorge —repusieron otros.
Isabel
sonrió con inefable gozo. Jorge la bendijo sonriendo. Isabel se puso de pie, y
ambos jóvenes se abrazaron.
—Se siempre
bueno —dijo Isabel al oído de su hermano.
—No te
olvides de mí —repuso, conmovido.
Enseguida,
las puertas del Monasterio, girando lentamente, se cerraron.
— ¡Gracias,
Dios mío! Mi corazón, formado por voz, no habría podido llenarse nunca, sino
con un amor eterno e infinito ¡Gracias Dios mío! _dijo Isabel.
FIN.